UN ARTÍCULO SOBRE AGUSTÍN ZAPATA GOLLÁN

AGUSTÍN ZAPATA GOLLÁN, LA VIGENCIA DE SU OBRA
Luis María Calvo

Agustín Zapata Gollán se destacó en las diversas actividades que desarrolló, sea como historiador, periodista, xilógrafo, escritor, profesor y arqueólogo, cada una de las cuales definen tan sólo fragmentariamente una personalidad de excepción, un hombre inquieto y preocupado por cuanto le rodeaba, al modo de los antiguos humanistas.

Había nacido el 23 de noviembre de 1895 en el viejo barrio sur de Santa Fe, en las proximidades de las iglesias de Santo Domingo y San Francisco, y fue testigo de una ciudad que en décadas anteriores había comenzado a transformar su paisaje urbano y sus costumbres. Mucho más tarde, al final de su vida, Zapata Gollán recordaría el olor a río y el de las huertas que podían percibirse en los años de su niñez: "... las calles entonces solitarias y tranquilas, con perfumes de huertas sombrías, con higueras y naranjos y ese airecito del río que se colaba tenue y sutil en los atardeceres luminosos de los barrios viejos que conservaban alguna que otra casona encalada y techada de tejas, algún tapial abrumado de madreselvas y jazmines, algún patio soledoso de ladrillos mullidos de verdín o un tinajón para el agua fresca como las "toboseras" tinajas del Quijote".

Por sus relaciones familiares estaba vinculado a importantes figuras de la cultura entrerriana y santafesina, como Floriano Zapata, José y Manuel Gálvez, Evaristo Carriego, algunos de los cuales influyeron en su formación intelectual.

Cursó sus estudios secundarios en el antiguo Colegio de la Inmaculada de los padres jesuitas, en donde cultivó, particularmente, su innata vocación literaria, nutriéndose de los clásicos españoles que no abandonaría a lo largo de su vida, y madurando una prosa elegante, sobria en sus expresiones, pero a la vez rica en matices y poética en sus recreaciones y descripciones, reveladora de una sutil capacidad de observación de ambientes y de percepción de caracteres humanos.

Luego de doctorarse en Derecho y Ciencias, y tras una corta carrera en la administración judicial, ejerció el periodismo, haciendo uso de una pluma polémica y audaz, a la par que comenzaba a actuar en la promoción de la cultura santafesina junto a otras personalidades y amigos. Más tarde, comprometido con la actividad política, ejerció la intendencia municipal de Santa Fe y puso de manifiesto su sentido humanitario a través de distintas obras de asistencia social.

Dibujante innato, la presencia en Santa Fe de Sergio Sergi le alentó a aprender el uso de gubias y buriles con los que trasladó a la incisión de la madera su destreza en el dibujo, convirtiéndose en uno de nuestros más talentosos xilógrafos. Su serie del Cristo expresa dramáticamente distintas escenas de la vida de Jesús, su Pasión y Resurrección; en la serie del Novecientos describió admirablemente la atmósfera de una Santa Fe decimonónica de la que fue uno de los últimos y más lúcidos testigos, mientras que en otras series reflejó el paisaje santafesino con sus ríos, sus islas y sus hombres.

En 1938 fue enviado por el gobierno de la provincia a realizar investigaciones históricas en los archivos del Perú, de cuyos avances fue informando en la prensa santafesina. En ese mismo año fue premiado por la Institución Cultural Española por su labor como hispanista.

Desde 1940 y hasta el día de su muerte, ocurrida el 11 de octubre de 1986, dirigió el Departamento de Estudios Etnográficos y coloniales, dando impulso a estudios relativos a las culturas aborígenes de nuestro territorio y a la historia del período hispánico. En la primera década, del Departamento publicó tres boletines en los que se incluyeron monografías de acreditados investigadores, y comenzó a formar el patrimonio del Museo Etnográfico y Colonial.

De la década del ´40 datan sus investigaciones sobre las lenguas aborígenes, de las que dio a conocer tres vocabularios mocoví sobre los animales y plantas, el caballo y la equitación, y el cuerpo humano y su fisiología, como así también sus libros sobre la medicina y el caballo en la época colonial, entre otros donde abordó temas que seguiría frecuentando y profundizando en años posteriores.

En 1949 el gobierno de la provincia le encomendó la realización de excavaciones arqueológicas en el sitio donde la tradición localizaba la ciudad vieja de Santa Fe, fundada por Juan de Garay en 1573. En el mes de julio inició los trabajos, en el montículo en el que se erigía un par de placas conmemorativas de la fundación, erigidas por los gobernadores Mosca en 1923 e Iriondo en 1939 y donde quedaron al descubierto restos de tapia y esqueletos que le permitieron identificarlos como correspondientes a la antigua iglesia de San Francisco y a sus enterratorios. Urgido por verificar que los resultados de sus trabajos pertenecían a Santa Fe la Vieja, extendió las excavaciones y localizó las estructuras de las iglesias de Santo Domingo y de La Merced, el Cabildo y varias decenas de viviendas, junto a los restos óseos de los primeros pobladores y un conjunto excepcional de objetos que testimonian la vida de la ciudad en el siglo XVII.

Las primeras excavaciones estuvieron acompañadas por una dura polémica en la que se cuestionó la identidad del sitio, pero Zapata Gollán con su tesón y el apoyo de historiadores de prestigio, prosiguió sus trabajos arqueológicos mientras profundizaba sus investigaciones en documentos de la época para despejar las posibles dudas que se suscitaran. El dictamen favorable de la Academia Nacional de la Historia ratificaría la autenticidad de las ruinas y premiaría la labor de Agustín Zapata Gollán.

A partir de entonces, su producción historiográfica se centró preferentemente en el tema de la primitiva ciudad de Santa Fe y en la vida de sus pobladores en los siglos XVI y XVII. Desde 1950, año en que la Academia Nacional de la Historia publicó su trabajo Las excavaciones en Cayastá, hasta su muerte, podemos mencionar entre sus trabajos más importantes y conocidos: Las ruinas de la primitiva ciudad de Santa Fe (1953), La vida en Santa Fe la Vieja a través de sus ruinas (1956), Supersticiones y Amuletos (1960), Portugueses en Santa Fe la Vieja (1969), La urbanización hispanoamericana en el Río de la Plata (1971), La hija de Garay. Sus últimos años y su muerte (1976), Iconografía religiosa en Santa Fe la Vieja (1979), La historia del trabajo en Santa Fe la Vieja (1980), Testimonios secretos de Santa Fe la Vieja (1983), Ladrillos y tejas y marcas exhumadas en Santa Fe la vieja (1983).

Entre 1966 y 1967 realizó investigaciones en España, con el apoyo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, que le permitieron consultar los Archivos de Indias y de Simancas, y las Bibliotecas de El Escorial y Nacional de Madrid, de cuyos documentos recogió información que volcaría más tarde en monografías sobre temas inéditos, muchas de las cuales dio a conocer, ya en los últimos años de su vida, a través de los diarios El Litoral de Santa Fe y La Capital de Rosario.

Zapata Gollán perteneció a numerosas instituciones culturas y científicas: fue miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia, académico correspondiente de la Academia Nacional de Bellas Artes y de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba (España), miembro de número de la Junta Provincial de Estudios Históricos y de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina y miembro correspondiente del Instituto de Historia de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (UNR).

Por su iniciativa, en torno al Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales se formaron tres instituciones que le acompañaron con su trabajo y que, luego de su muerte, han mantenido el compromiso con el legado de Agustín Zapata Gollán: la Asociación Amigos de Santa Fe la Vieja (fundada en 1953 y reinstituida en 1975), la Asociación Conmemorativa de la Primera Yerra (1973) y el Centro de Estudios Hispanoamericanos (1981).

Desde el Centro de Estudios Hispanoamericanos, estimuló por igual a investigadores como a quienes se iniciaban como tales, y bajo su presidencia se publicaron los cuatro primeros números de la Revista América.

Su vasta obra, que comprende numerosos libros, algunos muy conocidos como Las Puertas de la Tierra, Los Precursores y Los Siete Jefes, y monografías publicadas en revista y periódicos, da testimonio del amplio espectro de temas que merecían su particular interés. Fue un apasionado investigador pasado americano colonial, lo que le valió el reconocimiento de la Corona Española que le condecoró con la encomienda de la Orden de Isabel la Católica. Sin omitir su excepcional contribución al conocimiento de nuestro folklore, de las lenguas y culturas aborígenes, sin embargo, Zapata Gollán ha quedado identificado a su obra más querida, Santa Fe la Vieja, y con los estudios que realizó sobre la vida de sus habitantes, sus costumbres y creencias, sus instituciones civiles y religiosas, y los diversos grupos étnicos que conformaban la ciudad.

Ruinas de "Santa Fe la vieja"


La actual Cayastá, está asentada casi en el sitio donde en 1573, Juan de Garay fundó por vez primera la ciudad de Santa Fe. Escasos 1000 metros separan a Cayastá de ese sitio al que se lo denomina a menudo como Santa Fe la Vieja, que allí permaneció hasta la década de 1660, cuando se decidió su traslado a un lugar más conveniente desde el punto de vista económico, estratégico y de seguridad, es decir, al actual lugar de la ciudad capital de la provincia.

Cayastá está ubicada en el kilómetro 71 de la Ruta Provincial Nº 1, al norte de la actual Santa Fe de la Vera Cruz, y aproximadamente a 1 km. antes de llegar a a esta localidad, se encuentran las famosas ruinas de la primitiva Santa Fe, descubiertas por el lúcido historiador e investigadorAgustín Zapata Gollán (1895-1986), que inició las excavaciones en la zona cuando corría el año 1949, basándose en previos estudios que determinaron su exacta localización. Digamos de paso que Agustín Zapata Gollán, fue un erudito y a la vez excelente empleado público que prestigió su cargo de funcionario del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe.

El sitio fue declarado mediante decreto 112.765/42 como Lugar Histórico Nacional, pero luego de las excavaciones dirigidas y exhumadas por Zapata Gollán, en 1957 esta declaración fue ampliada a la de Monumento Histórico Nacional, en razón de que los estudios y descubrimientos hechos permitieron ubicar tres templos: Santo Domingo, San Francisco y La Merced; además en el templo franciscano, fueron hallados los restos del primer gobernador criollo del Río de la Plata,Hernandarias de Saavedra, junto a los de su esposa, que era hija del fundador de la ciudad.Digamos también, que el voto unánime de los miembros de la Academia Nacional de la Historia avaló que las ruinas encontradas pertenecían a la primitiva Santa Fe.

La fundación de la ciudad de Santa Fe, siguió las pautas que eran norma en esa época, una cuadrícula de aproximadamente 100 has. cuya parte central se destinó a plaza de armas, a cuyo alrededor se ubicaron las despendencias administrativas, religiosas y para vivienda de los personajes principales, entre ellos el mismo Don Juan de Garay, guiándose por otros ejemplos de fundaciones como las de Lima en 1535. Fue sin duda una ciudad que respondió a una estudiada planificación previa. Si bien en el acta se hace referencia a un plano o traza que sirvió de base para el reparto de solares confeccionado por el propio Garay, este documento se extravió en la época colonial, perdiéndose con ello los datos de la distribución física de las partes adjudicadas a cada vecino, no obstante conocerse el nombre de cada uno de ellos.

Fue Garay quien repartió personalmente los solares, determinándose los espacios para chacras y suertes de estancias. Cada solar equivalía a un cuarto de manzana divididas a su vez por estrechas calles en cruz, sin duda bien hecho con criterio tanto económico como estratégico. A los hombres que gozaban de su mayor confianza les adjudicó los terrenos vecinos a lo que reservó para sí. Ya se sabe que el que parte y reparte se queda con la mejor parte.

Debe recordarse que Juan de Garay partió desde Asunción un 14 de abril de 1573 con el exclusivo propósito de fundar una ciudad que sirviera como escala y apoyo logístico al tránsito fluvial entre el Río de la Plata y Asunción, expedición que comenzó con nueve españoles peninsulares, setenta mestizos y aborígenes guaraníes traidos del área paraguaya.

Fundada que fue la ciudad a orillas del río Quiloazas (hoy San Javier), brazo del Paraná, un15 de noviembre de 1573, transcurridos siete meses desde la partida de Asunción, en un trayecto que no estuvo exento de dificultades, se agregaron a estos audaces primigenios pobladores, otros aborígenes locales, (calchines y mocoretás) y esclavos negros africanos destinados al más rudo trabajo de las tierras que dieron origen a las primeras plantaciones de frutales y viñedos, el cultivo de cereales y la cría de ganado, escontrando esto último un excelente medio para su desarrollo que con el tiempo se volvió incontrolable y librado sólo a los avatares naturales.

El trayecto se cumplió tanto por vía terrestre, con 50 caballos, como por vía fluvial, con un bergantín, unas cuantas canoas, armas y municiones.

Los asunceños buscaron afanosamente "abrir puertas a la tierra", para combatir su forzoso aislamiento de otros grandes centros poblados y de difícil acceso en esos años en que los caminos tenían que abrirse a golpe de machete. Esta fundación, por lo menos les facilitó la entrada y salida por el "mar dulce" como lo denominó Solís.

La necesaria convivencia de este heterogéneo conglomerado humano, diverso en lo étnico y en lo cultural, sin duda conformó una sociedad de características especiales donde cada grupo hizo aportes de su cultura originaria.

Abandonado que fue el lugar tras el traslado al nuevo emplazamiento, el río Quiloazas con la paciencia que los años pusieron a su disposición fue carcomiendo las costas y modificando su cauce sin apuro pero sin pausa lo que dio como resultado que de las 100 hectáreas originales hoy queden sólo unas 69, proceso facilitado por la arenosa y poco consistente compactación de los suelos que surca, arrastrando el material aguas abajo y cavando un nuevo curso que dejó bajo sus aguas el sector próximo a la Plaza de Armas, donde se encontraban la Iglesia Matriz, la de la Compañía de Jesús, la de San Roque y la propia casa de Juan de Garay. En el sector que no fue afectado, está el remanente de la Plaza, las Iglesias conventuales de San Francisco, Santo Domingo y La Merced; el Cabildo y un gran número de viviendas que pertenecieron entre otros a un nieto del fundador, Cristóbal Garay; a Francisco de Paez, a Juan Gonzalez de Ataide, a Alonso Fernández Montiel, a Manuel Ravelo y a un escribano Juan de Cifuentes.

Las excavaciones pusieron al descubierto gran cantidad de objetos que dan indicios de la vida de la ciudad que existió un poco más allá de la mitad del siglo XVII. Vieron la luz, monedas, medallas, amuletos de plomo, rosarios, cuentas de collares, útiles de labranza, porcelana oriental, ladrillos, tejas (algunas con dibujos e inscripciones), herramientas, cerámicas españolas e indígenas.

Dentro de los recintos de los templos las excavaciones mostraron los restos de más de 200 pobladores enterrados en el lugar, y Zapata Gollán logró identificar a varios entre los que se encontraron los de Hernandarias y su esposa.


A continuación transcribimos un folleto distribuido por la
Secretaría de Cultura del Gobierno de la Provincia de Santa Fe
a través del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, durante la realización de la Feria del Libro llevada a cabo en la ciudad de Rosario en el año 2007 en el denominado Patio de la Madera.

(Textos: Secretaría de Cultura de la Provincia para presentar ante la UNESCO, Arq. Luis María Calvo y de la página www.ceride.gov.ar/santafelavieja. Armado de la Campaña: Graciela Pérez.)
Email: museossinfronteras@yahoo.com.ar

CAMPAÑA DE FIRMAS

Ruinas Santa Fe la Vieja
Patrimonio de la Humanidad

La ciudad y sus pobladores

Santa Fe fue una ciudad planificada desde su inicio. El acta fundacional hace referencia explícita a una traza o plano de la ciudad que sirvió de padrón para la adjudicación de los solares. Sin embargo, el plano trazado por Garay se perdió durante la época colonial y con él aparentemente toda documentación gráfica de la distribución física de la ciudad.

Debieron transcurrir cerca de tres siglos para que la evidencia arqueológica de las Ruinas de Santa Fe la Vieja la identificaran como la primera ciudad planificada del Río de la Plata.

Garay repartió personalmente los solares y determinó la distribudión de chacras y de suertes de estancias. El plano de la ciudad siguió el trazado de cuadrícula introducido en América por la praxis conquistadora y fundacional española.

Es probable que para dar traza a Santa Fe, Garay se guiara por los ejemplos prácticos de otras ciudades ya fundadas como Lima (1535). El reparto de cada solar, equivalente a la cuarta parte de una cuadra o manzana dividida en cruz, fue hecho con verdadero sentido económico y estratégico.

Pocos son los índices demográficos que se tienen de la vieja ciudad, comenzando por los nueve españoles y más de setenta mestizos paraguayos que acompañaron a Garay en 1573. El primer dato censal corresponde a 1622 cuando el Gobernador Diego de Góngora empadrona 126 vecinos, o sea alrededor de 900 habitantes. Para mediados de aquel siglo, el número de habitantes puede estimarse entre 1500 y 2000.

Los pobladores conformaron una sociedad de gran diversidad étnica y cultural, compuesta de españoles europeos, criollos, mestizos, aborígenes locales y procentes del área paraguaya (guaraníes) y africanos incorporados como esclavos. Cada uno de estos grupos aportó rasgos de su propia cultura y orígenes en la configuración de la sociedad santafesina.

Valor universal
El sitio arqueológico-histórico Santa Fe la Vieja presenta características únicas para el extremo sur de América. Se trata de los restos materiales de una ciudad fundada en 1573 por Juan de Garay, uno de los primeros colonizadores españoles de la región, que tuvo una ocupación aproximada de noventa años y fue abandonada a partir de su traslado en 1660 a un nuevo sitio por razones económicas y estratégicas.

Tiene valor universal por representar una ciudad que se desarrolló entre el Período Colonial Temprano y la primera etapa de consolidación del sistema en el Río de la Plata, cuya traza urbana, planta catastral y registro arqueológico y documental ponen de manifiesto procesos culturales con características singulares. Estos procesos surgen de la convivencia en un contexto urbano de grupos humanos diferentes, que originan una sociedad multicultural organizada bajo el modelo y con hegemonía del componente hispánico.

El sitio constituye una fuente de información histórica y arqueológica que ilustra claramente la transferencia de los principios de planificación urbana del Imperio Español a América, referenciando las particularidades con que los mismos se implantan según el área geográfica de que se trate y las preexistentes culturales con las que se enfrente.

Testimonia dichas transferencias pero a la vez da cuenta de que los principios urbanísticos hispánicos son reelaborados en el proceso de adaptación a las circunstancias coyunturales, por las condiciones geográficas y climáticas del emplazamiento y la experiencia limeña del fundador.

La presencia en Santa Fe la Vieja de españoles peninsulares, criollos (españoles americanos, en su mayor parte mestizos), portugueses que muchas veces eran criptojudíos, guaraníes traídos desde Asunción como auxiliares, poblaciones indígenas locales (Calchines, mocoretás) y africanos esclavos, conforma un panorama sociocultural sumamente complejo, con rasgos particulares, marcado por el intercambio cultural propio de la dinámica de una región de frontera


"La memoria es un motor fundamental de la creatividad: esta afirmación se aplica tanto a los individuos como a los pueblos que encuentran en su patrimonio -natural y cultural, material e inmaterial-los puntos de referencia de su identidad y las fuentes de su inspiración."UNESCO

Declaratoria de
Monumento Histórico Nacional.

Por el decreto 112.765/42 el sitio fue declarado Lugar Histórico Nacional.
Luego de la exhumación de las ruinas de la primitiva por Agustín Zapata Gollán, director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, esta declaración fue ampliada en virtud del decreto del 25-III-1957 a la categoría de MONUMENTO HISTÓRICO NACIONAL.

Entre los considerandos de la ampliación de la declaratoria se tuvo en cuenta que los estudios realizados por Zapata Gollán habrían permitido nuevos y numerosos testimonios de la ciudad fundacional: los templos de San Francisco, Santo Domingo y La Merced, el Cabildo y varias viviendas de los primeros pobladores. También se consideró que en el recinto del templo franciscano se habían hallado los restos de la hija del fundador y de su esposo el Gobernador Hernandarias de Saavedra. La fundamentación tuvo igualmente en cuenta que la Academia Nacional de la Historia había dictaminado dos veces por el voto unánime de sus miembros, que las ruinas descubiertas pertenecían a la primera ciudad de Santa Fe.

Descripción

El sitio corresponde al asentamiento en el que estuvo la ciudad de Santa Fe desde su fundación en 1573 hasta la década de 1660, cuando fue trasladada 78 km. hacia el sur. Su localización y excavación se debe a Agustín Zapata Gollán (1895-1986), quien inició sus investigaciones a mediados de 1949.

En el sitio pueden distinguirse dos áreas que tuvieron uso y forma de ocupación diferenciada: el entorno de la Plaza de Armas, con solares dedicados a usos religiosos, administrativos y viviendas, y la zona de las "cuadras", dedicadas a cultivos urbanos (frutales y viñedos).

El río San Javier ha erosionado en sector próximo a la Plaza, donde se encontraban la iglesia Matriz, la iglesia de la Compañía de Jesús, la iglesia de San Roque y la casa del propio Juan de Garay.

El área actual del sitio de casi 69 hectáreas corresponde a las dos terceras partes de la traza fundacional. En este sector se encuentra el remanente de la Plaza de Armas, las iglesias conventuales de San Francisco, Santo Domingo y la La Merced, el Cabildo y un número significativo de viviendas, entre ellas: la de Cristóbal de Garay, nieto del fundador, y las de Alonso Fernández Montiel, Francisco de Páez, el escribano Juan de Cifuentes, Juan González de Ataide y Manuel Ravelo.

De las construcciones originales se conservan partes bajas de los muros y sus cimientos, construidos con la técnica de tapia o tierra apisonada, además de fragmentos de tejas, algunas de ellas con dibujos e inscripciones.

En relación con estas estructuras, las investigaciones arqueológicas han puesto a la luz un importante caudal de objetos que testimonian la vida de la ciudad hasta mediados del siglo XVII: cerámica indígena, hispano-indígena y española, porcelana oriental, tejas, ladrillos, monedas, medallas, cuentas de collares y rosarios, amuletos, útiles de labranza y herramientas. El registro arqueológico da cuenta de una sociedad compleja y pluriétnica en la que conviven españoles, mestizos, aborígenes y africanos.

Dentro del recinto de los templos las excavaciones dejaron al descubierto los restos de los pobladores allí enterrados, dos centenares de sepulcros dentro de los cuales Zapata Gollán pudo identificar algunos de los más importantes, entre ellos los de la hija de Juan de Garay, fundador de la ciudad, y su esposo Hernandarias de Saavedra, el primer Gobernador criollo del Río de la Plata.

En el último cuarto del siglo XVI los conquistadores españoles concentrados en el Paraguay decidieron aplicar una nueva estrategia geopolítica de apertura y comunicaciones representada por la expresión de "abrir puertas a la tierra". Uno de los primeros pasos fue fundar una ciudad que sirviera de escala en el trayecto fluvial hacia el Río de la Plata y los caminos que comunicaban tierra adentro con el Tucumán, Chile, el Alto Perú y el Perú.

Con ese fin, Garay reunió nueve españoles y más de setenta mestizos, que partieron de Asunción el 14 de abril de 1573 con un bergantín y seis canoas hendidas a manera de barcas y algunas canoas sencillas, cincuenta caballos, armas y algunas municiones.

Se eligió un sitio a orillas de un brazo del Paraná denominado Río de los Quiloazas -actualmente San Javier-, a menos de un kilómetro hacia el sur del actual pueblo de Cayastá.

En ese lugar se realizó la ceremonia de fundación de la ciudad de Santa Fe el 15 de noviembre de 1573. El acta ha sobrevivido en una copia autenticada por el propio Juan de Garay en 1583, que se conserva en el Archivo General de Indias de Sevilla y de un fragmento que se conserva en el Archivo General de Provincia.

El milagro de la Virgen de 1636

Un 15 de noviembre de 1573, a orillas del Río de los Quiloazas, nacía la ciudad de Santa Fe. Su fundador, Don Juan de Garay, daba cumplimiento al mandato de abrir puertas a la tierra. Esta expresión señalaba la necesidad de establecer un puerto intermedio entre Asunción y Buenos Aires, que sirviera de escala segura para los viajeros.


Los fundadores que vinieron con Garay, eran criollos nacidos en estas tierras y le darán a la ciudad el carácter de una nueva síntesis cultural mestiza.

El naciente caserío manifiesta pronto su deseo de contar con la presencia de religiosos de la Compañía de Jesús. En 1595 los cabildantes le escriben al Padre Provincial Juan Romero, residente en Asunción, suplicándole el envío de religiosos jesuitas. Este pedido fue satisfecho recién en 1609, cuando llegaron a Santa Fe, el Padre Francisco del Valle y el Hermano Juan de Sigordia. Al año siguiente comenzará a edificarse la escuela y la iglesia que los jesuitas ocuparon hasta el traslado de la ciudad, hecho ocurrido entre los años 1651 a 1660 aproximadamente, en el sitio que actualmente ocupa.

En 1634 de paso por la ciudad rumbo a la Reducción de San Ignacio Miní, un artista de fina sensibilidad como lo era el Hermano Luis Berger1, a pedido de los Congregantes de la Virgen, había accedido gustoso a representar la imagen de la Mujer del capítulo 12 del Apocalipsis. El nombre de la advocación de la pintura fue el de la Pura y Limpia Concepción. Fue plasmada en un lienzo que mide 1,33 x 0,96 y que actualmente se venera en el Santuario de Nuestra Señora de los Milagros de Santa Fe.


El sudor milagroso y otros milagros acontecidos.

El sol ya tomaba distancia del horizonte de islas en la fresca mañana de otoño, iluminando el humilde caserío. Era el 9 de mayo de 1636 y la pequeña Santa Fe iniciaba un nuevo día de arduas tareas.

En el templo de la Compañía de Jesús, edificado sobre uno de los costados de la plaza mayor, el Padre Rector del Colegio y de la Iglesia, Pedro de Helgueta2, oraba arrodillado frente al cuadro de Nuestra Señora, como todas las mañanas. Habiendo finalizado la Misa, alrededor de las 8.00 hs, el Padre levantó la vista hacia el cuadro y se sorprendió por lo que creyó era humedad del ambiente condensada en la pintura. Pero pronto comprendió que el brillo tenía un origen distinto.

Incorporándose vio que de la mitad de la Imagen para arriba la pintura estaba totalmente seca, mientras que hacia abajo corrían hilos de agua resultantes de innumerables gotas emanadas en forma de sudor. Siguió recorriendo con la vista hacia abajo y comprobó que el caudal ya estaba mojando los manteles del altar y el piso.

Al ver el asombro del sacerdote, varias personas que aún permanecían en la iglesia se acercaron y pudieron conocer lo que estaba ocurriendo. Comenzaron los presentes a embeber aquel agua en algodones y lienzos, mientras el número de fieles y curiosos crecía junto al júbilo y las exclamaciones. Las campanas de la Iglesia no pararon de repicar, para anunciar a todo el pueblo lo que estaba sucediendo. A pocos minutos llegaron el Vicario y Juez Eclesiástico de Santa Fe (Cura Hernando Arias de Mansilla), el Teniente de Gobernador y Justicia Mayor ( don Alonso Fernández Montiel), el General Dn. Juan de Garay (hijo del fundador) y el escribano del Rey, Dn. Juan López de Mendoza.

Subido en un banco el propio Vicario tocó con sus dedos la tela del cuadro, procurando contener los hilos de agua que descendían, pero por el contrario, continuaba manando copiosamente cambiando de dirección al contacto con la mano. Esto duró algo más de una hora, como lo atestigua el acta que se conserva hasta hoy en el Santuario. También se conserva una reliquia de los algodones tocados en el sudor y que besan agradecidos todos los fieles cada 9 de mes.

En las semanas, meses y años siguientes a este milagro, comenzaron a sumarse otras numerosísimas manifestaciones del amor de Dios para con sus hijos. Las curaciones más asombrosas fueron también recopiladas por el Escribano del Rey. Así fue que los santafesinos empezaron a llamar a su Madre como Nuestra Señora de los Milagros.

En pocos días, Monseñor Cristóbal de Aresti, Obispo de la Diócesis de Asunción del Paraguay, de la que dependía entonces Santa Fe, reconoció al sudor como auténtico milagro, pues según los requisitos establecidos por la Iglesia, se contaba con suficientes testimonios probatorios del extraordinario suceso. En tal sentido las actas labradas, la calidad y cantidad de testigos y las reliquias conservadas por la gente que seguían obrando curaciones, daban fe de ello.

Antes de cumplirse el año de este suceso, el 22 de diciembre, el propio Monseñor Aresti pudo pasar por Santa Fe, camino hacia Buenos Aires, y certificar personalmente estos acontecimientos milagrosos.

Hacia 1660 se había completado el traslado de la ciudad a unos 80 kms. más al sur, al sitio que hoy ocupa. Diversas razones motivaron este desplazamiento, entre las que podemos citar las periódicas inundaciones, el constante acecho de los malones de aborígenes que tenían en vilo a los pobladores y las plagas de langosta que devoraban las pocas cosechas. En la nueva ciudad, que pasó a llamarse Santa Fe de la Vera Cruz, los padres jesuitas ocuparon el mismo lugar que tenían en Santa Fe La Vieja.

El templo actual, declarado Monumento Histórico Nacional, se terminó de construir en 1670. Al cumplirse los 300 años del sudor milagroso, fue erigido como Santuario el mismo día que se realizó la Coronación Pontificia del Cuadro. A su lado se encuentra el Colegio de la Inmaculada Concepción, de fecunda y dilatada trayectoria en la educación de la juventud.

Con la expulsión de la Compañía de Jesús de las tierras españolas, y con las severas restricciones de mantener cerrados el Colegio y la Iglesia, el culto a Nuestra Señora de los Milagros se tuvo que suspender desde 1767 hasta 1862. Ante las insistencias de los congregantes y feligreses, luego de veinte años, el Cabildo permitió retirar el cuadro de la Iglesia y trasladarlo a la Iglesia Matriz (Catedral). Casi un centenar de años entre los cuales el amor a María y el recuerdo de los milagros nunca se olvidaron.

En 1862 vuelven los jesuitas, se reabre el Colegio y el templo. Vuelve entonces el cuadro al lugar original (la nave lateral, actual altar de Santa Teresa).

El 9 de mayo de 1936 el Papa Pío XI otorgó la Coronación Pontificia al cuadro de Nuestra Señora, cambiándolo al centro del altar mayor. Presidió la ceremonia el Cardenal Santiago Copello y vinieron fieles y jesuitas de otras regiones del país. La Santísima Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora de los Milagros, fue declarada Patrona de la Provincia Argentina de la Compañía de Jesús.

FAMILIA Y ÁMBITO DOMÉSTICO EN SANTA FE LA VIEJA: LA CASA DE HERNANDO ARIAS MONTIEL

Trabajo del Arq. Luis María Calvo

1. Introducción

El sitio de Santa Fe la Vieja (Argentina) constituye una fuente de significativo valor para el concimiento de las ciudades hispanoamericanas de fines del siglo XVI y primera mitad del XVII: el abandono de la ciudad, efectivizado aproximadamente entre 1660 y 1670, preservó al asentamiento fundacional en su carácter de testimonio para la arqueología y la historia.

El presente trabajo se inscribe dentro de una investigación de mayor alcance que vengo desarrollando, en el cual el tema de Santa Fe la Vieja es abordado en los aspectos de su espacialidad urbana y territorial.

En una primera etapa he reconstruido el catastro urbano -en la medida de lo posible- utilizando fuentes documentales: compraventas, testamentos, censos, cartas dotales, etc.; como alternativa para paliar la carencia de planos on la traza y repartimiento de solares. A la vez se ensayó una primera lectura de la estructura y el paisaje urbano y de las tipologías arquitectónicas.

En la actual etapa de investigación, el interés se centra en el tema de la vivienda, entendiendo que la arquitectura doméstica implica formas de ocupación del suelo que repercuten directamente en la constitución del espacio y del tejido urbano.

El objetivo último es el de la recomposición de la red establecida por los diferentes grupos pobladores en en el cual se desarrolló el proceso vital de la población tanto en su cotidianeidad como en sus acontecimientos más relevantes de carácter público e institucional.

En ese contexto, el trabajo que presento intenta aportar desde diversas conclusiones sobre el caso particular de la propiedad urbana del capitán Hernando Arias Montiel, elegido de común acuerdo con el grupo de investigadores de la Escuela de Antropología de la Facultad de Humanidades y Arte de la Universidad Nacional de Rosario como tema de confluencia desde los campos de estudio de la arqueología y de la historia de la arquitectura y el urbanismo.

En una primera parte procuraré identificar y carecterizar al grupo familiar del capitán Hernando Arias Montiel, propietario y habitante del solar y casa.

En una segunda se intenta re-crear el ámbito arquitectónico de la vivienda y su incidencia en la definición del tejido urbano.

Las conclusiones -que tendrán carácter provisorio- podrán ser consideradas como aportes para la hipótesis de investigación arqueológica, y servir de punto de partida para la confrontación interdisciplinaria.


PRIMERA PARTE

2. La familia de Hernando familiar


2.1 Composición del grupo familiar

El propietario de los solares, Hernando Arias Montiel "el viejo", pertenece a la primera generación americana de su familia.

Su padre, Alonso Fernández Montiel, natural de Baena (Córdoba, España), había llegado al Río de la Plata en la expedición de Ortíz de Zárate y se estableció en Santa Fe al poco tiempo de su fundación, insertándose desde temprano en el grupo dirigente. Formó su familia con Isabel Arias, que había pasado a Indias en la misma expedición, acompañando a su padre -Cristóbal Arias-, muerto por los indios apenas arribados al Río de la Plata.

De ese matrimonio nacieron siete hijos que, de acuerdo a una costumbre española de la época, se apellidaron alternativamente Fernández Montial y Arias Montiel, con el propósito de perpetuar los nombres de familia paterna y materna.

Dos de ellos -Hernando Arias Montiel y su hermano Alonso Fernández Montiel el mozo- se casaron con dos cordobesas, primas hermanas entre sí, nietas de don Alonso de la Cámara y bisnietas de Hernán Mexía de Mirabal, de los principales conquistadores del Tucumán. En estas concertaciones matrimoniales podemos reconocer el modo en que santafesinos y cordobeses estrecharon tempranamente vínculos familiares que superaron las disputas jurisdiccionales del momento de fundación de sus ciudades. Ambas familias -Fernández Montiel/dela Cámara- reiteran en un segundo orden social el esquema de enlaces con que se emparentaron los descendientes de su fundadores: los Garay y los Cabrera.

La esposa de Hernando. doña Francisca Maldonado, entró al matrimonio todos los bienes que habían sido de sus padres, vecinos de Córdoba del Tucumán: por ser única y sola heredera de sus padres los heredó todos... que en aquel tiempo valdrían todos que fueron una estancia poblada con una cría de mulas, cuatro esclavos y otras alhajas, hasta en cantidad de ocho o nueve mil pesos (29).

El matrimonio se estableció en Santa fe donde, en las décadas de 1630 y 1640, nacieron al menos once hijos de los que conocemos sus nombres: cuatro mujeres y siete varones.

Todavía vivían en Santa Fe la Vieja cuando casaron a sus dos hijas mayores, doña Catalina en 1647 con Francisco Ximénez Naharro y doña Melchora, en 1659 con Antonio de Vera Muxica.

1- Doña Catalina Arias Montiel, que se casó en 1647 con Francisco Ximénez Naharro, natural de Snata Fe, hijo del capitán Juan Ximénez de Figueroa y de doña Francisca Naharro, según carta dotal del 22.11.1647 (30), cuyas velaciones nupciales tuvieron lugar el 26.09.1648 (31).

2- Doña Melchora Arias Montiel, que se casó el 28.07.1632 (32) con Antonio de Vera Muxica, natural de Santa Fe, hijo de Sebastián de Vera Muxica, canario, y de doña María de Esquivel.

3- Pedro Arias Montiel, bautizado el 04.02.1635 (33).

4- Ignacio Arias Montiel, bautizado el 10.08.1639 (34). Capitán. Soltero, testó en Santa Fe de la Vera Cruz el 16.06.1698(35) y el 06.05.1705 (36).

5- Bernabé Arias Montiel, que fue alcalde de primer voto en 1660, año en que la ciudad se mudó oficialmente a su emplazamiento actual, donde fue también procurador general en 1662 y 1684, defensor de menores en 1674. Soltero, testó en Santa Fe de la Vera Cruz el 10.11.1691.

6- Doña Antonia Arias Montiel, bautizzada el 22.02.1642 (37). Se casó en Santa Fe de la Vera Cruz el 25.09.1666 (38) con Bartolomé Márquez, según carta dotal del 14.06.1662 (39).

7- Doña Francisca Arias Montiel, bautizada el 22.01.1645 (40). Se casó en Santa Fe de la Vera Cruz el 20.08.1669 con Mauricio del Pozo (41). Testó el 30.12.1670 (42).

8- Hernando Arias Montiel, bautizado el 04.08.1651 (43). En Santa Fe de la Vera Cruz fue notario en 1682. Soltero.

9- Miguel Arias Montiel, que se casó con Juana de Mendoza.

10- Gabriel Arias Montiel, capitán, que se casó en Santa Fe de la Vera Cruz el 29.03.1676 con doña Isabel Alvarez (44).

11- Cristóbal Arias Montiel, que se casó con doña María Josefa de Ávila de Salazar.

Al momento de producirse la trasmuta de la ciudad, en 1660, Hernando Arias Montiel pasó con su mujer e hijos al sitio nuevo -denominado Santa Fe de la Vera Cruz-.

En el nuevo emplazamiento casó a sus otras dos hijas: doña Antonia con Bartolomé Marquéz y doña Francisca con Mauricio del Pozo. Para entonces, el caudal de sus bienes había mermado considerablemente y las dotes que éstas recibieron fueron sensiblemente menores a aquella con que había sido beneficiada la mayor, doña Catalina, en el sitio viejo.

Hernando Arias Montiel testó el 06.12.1670 (45) y mandó ser enterrado en la iglesia parroquial; sobrevivió todavía catorce años y fue enterrado en la iglesia de Santo Domingo con tres posas el 20.11.1684 (46).

A su muerte se entabló un pleito entre sus herederos: por una parte Francisco Ximénez Naharro, el marido de doña Catalina, por la otra el resto de los hijos, representados por Cristóbal. La causa del juicio fue el presunto exceso de bienes dotales que habría recibido la mujer del primero; el resultado fue un expediente que abunda en refencias acerca de la vivienda de Hernando Arias Montiel, pero también sobre sus actividades y demás bienes.


Los esclavos

A ese grupo familiar que convirvió en la vivienda que ocupa, debemos agregar el grupo de esclavos negros de su servicio, fuera de otros que doña Francisca Maldonado había entrado al matrimonio, y que murieron mucho tiempo antes del que nos interesa (47).

Según Francisco Ximénez Naharro (48), los esclavos de sus suegros eran siete: Alejandro y Antonia, su mujer; Luis y Mariquilla, su mujer; Gracia y Bartolo, su marido; y un mulato que compraron a Luis de Soria.

Cristóal Arias Montiel, por su parte expondrá, contradiciendo a su cuñado, que los esclavos fueron seis en lugar de siete, de los cuales doña Catalina recibió dos de los mejores y de más precio. El resto eran Luis y su mujer, de más de sesenta años en aquel entonces, que murieron al corto tiempo; Alejandro que falleció a pocos años de éstos, y su mujer Antonia que fue adjudicada en dote a la mujer de Mauricio del Pozo (49). Omite, embargo, toda referencia al mulato que habrían comprado a Luis de Soria.

De los esclavos nombrados Bartolo es el Bartolomé, de treinta años, que con su mujer Gracia, de veinticinco, tasados en mil pesos, formaron parte de los bienes dotales de doña Catalina Arias Montiel.

Otro esclavo que se vendió el 04.02.1658 a Isidro Ciprián (50), no aparece mencionado.


2.2 Ocupaciones y medios de vida
Las tierras de labor

En el entorno próximo a la ciudad se ubican las tierras de labor o "de pan llevar", medidas en cuerdas -cien varas- y agrupadas en tres pagos: el de Abajo, el de Arriba y el del Medio.

Hernando Arias de Montiel fue propietario de algunas de estas cuerdas de tierras para chacra:

- una cuerda de tierra en el Pago de Abajo, que había sido de Diego de Prado, y que el 26.03.1641 vendió en 30 pesos al licencenciado Francisco de Luján y Rojas (51).

- media cuerda de tierra, también en el Pago de Abajo, que el 26.03.1641 vendió en 80 pesos a doña Leonor de Luján, mujer de Miguel Rodríguez (52).

- dos (sic, en realidad cuatro) cuerdas de tierra en el Pago del Medio, tasadas en 60 pesos, conjuntas a más de su propiedad que en 1647 dio en dote a su hija doña Catalina Arias Montiel (53).

Estas últimas eran parte de una chacra que constaba en total de ocho cuerdas -según su hijo Cristóbal (54)- y de nueve -según su yerno (55)-.

Según el primero, lo que Hernando Arias Montiel obtenía de esta chacra era sólo para poder comer sin otro fruto y al haber dado la mitad de ellas -cuatro cuerdas- en dote a doña Catalina, por no poder mantenerla, se vio obligado a dejarla y formar otra en su estancia del Salado Grande.

La versión contraria, proporcionada por su yerno, señala que en el sitio antiguo de Santa Fe Arias Montiel tuvo una chácara poblada, de nueve cuerdas de tierra, donde estaba un indio del Tucumán llamado Pascual, que más tarde prestó a doña Francisca Naharro (56) sin estar presionado por ninguna situación de aprieto económico.


La estancia del Salado Grande

Aunque doña Francisca Maldonado entró a su matrimonio una estancia en la jurisdicción de Córdoba, nombrada "Los Sauces", al no poder atenderla desde Santa Fe, Hernando Arias Montiel la Vendió a Simón Duarte (57).

De esta manera, centró sus intereses en la jurisdicción de Santa Fe donde fue propietario de tierras para estancias en los pagos del Salado y de los Saladillos, que le proporcionaban su principal medio de vida.

En el Saladillo heredó una estancia que llamaban "de la Punta", compuesta de una legua de frente y dos de fondo; había sido de su padre el capitán Alonso Fernández Montiel "el viejo", quién a su vez la había recibido en merced.

Además, el 06.05.1646 adquirió otra legua y media de tierras a su cuñado el licenciado Gabriel Sánchez de Ojeda (58).

Su principal estancia fue la del Salado Grande ubicada desde la estancia Pelada...hasta los montes espesos (59). Según Ximénez Naharro constaba dedos o tres leguas de tierra (60); según otros sólo medía legua y media.

En ella Arias Montiel tuvo poblada una casa grande de tres tapias en alto con sus corredores con tres lances de vivienda muy buenos y u galpón grande... (61). Aunque la versión contraria señala que sólo se trataba de unas casas cubiertas de paja muy ordinarias con sala y dos aposntos que lo más que podían valer era doscientos pesos (62), es evidente que esta población revela un grado importante de permanencia en las tierras por parte del propietario, como forma de cuidar personalmente de sus intereses y de desarrollar sus actividades agropecuarias.

A las espaldas de esas casas Arias Montiel plantó una arboleda grande de muchos granados, higueras, duraznos y otros árboles frutales (63).

En la misma estancia del Salado, a sus espaldas, como a diez o doce cuadras de la referida población, Arias Montiel formó una chacra en reemplazo de la que había tenido en el entorno de la ciuda, que según hemos visto no habría podido mantener desde el momento en que cedió la mitad a su hija doña Catalina. En esta chacra puso un corto algodonal que de él se cogía como ochenta arrobas (64).

Ximénez Naharro, marido de doña Catalina, interesado en ofrecer una visión positiva respecto del caudal de bienes de su suegro, dice que se trataba deuna chácara de madera de espinillo con su perchel y cocina para la gente, más de cincuenta bueyes para la arada de donde cogían todos los años más de trescientas fanegas de trigo y más de doscientas de maíz que enviaban a la ciudad (...), muchas legumbres, con una rentabilidad de dos mil pesos (65).

La parte contraria, repecto al algodón, en lugar de ochenta arrobas, declara que todos los años se cosechaban no más de doscientas (66).

Independientemente de estas valoraciones discrepantes, podemos afirmar que la principal fuente de recursos generada por esta estancia era la cría de ganado mular, actividad que constituía una de las principales fuentes e riqueza en las cuales la ciudad de Santa Fe basaba su economía.


Según Ximénez Naharro la estancia del Salado Grande estaba poblada con más de dos mil yeguas para la cría de mulas, más de cien burros garañones, más de trescientas mulas, y para el servicio de las tareas de campo había más de cien yeguas mansas (67). Ganado que se completaba con más de dos mil de vientre.

Según la parte contraria, los ganados ascendías a sólo cuatrocientas o quinientas yeguas, ochocientas ovejas, poco más o menos, y algunas cabalgaduras mansas precisas para el manejo de la estancia sin otro género de ganados, rentas ni frutas ni industria de mercadería.

En el pleito entablado entre sus herederos se mencionan otras mil yeguas, además de las referidas, que el capitán Bernabé Arias trajo del puerto de Buenos Aires para su padre y de las cuales hubo un multiplico de más de tres mil mulas (68).

De estos bienes Hernando Arias Montiel entregó a su hija doña Catalina, como bienes dotales: 200 yeguas de cría de mulas con 4 garañones y 4 pollinos, prometido además 200 mulas de la próxima y venidera parición y yerra (69), a las que se agregaron 400 ovejas de vientre.

Además de criar el ganado en su propia estancia, desde ella Arias Montiel salía a vaquear en el Valle de Calchaquí para lo que tenía también caballos mansos buenos. Con éstos, en alguna ocasión llegó a recoger más de tres mil cabezas de ganado vacuno (70).

El mismo Arias Montiel era propietario, además, de una atahona moliente y corriente (71) en la que debía molerse el trigo y el maíz cosechado en sus chacras.

Estas actividades generaban, por extensión, una serie de vínculos comerciales tanto con otros vecinos de Santa Fe como con pobladores de otras ciudades. Ximénez Naharro nos dice que su suegro y cuñados enviaban a vender a la dicha ciudad vieja ovejas y carnero, vacas y mulas, lo que producía una renta de unos mil quinientos pesos (72).

Nos consta que el 2 de febrero de 1646 vendió al alférez Juan Pérez de Zuria Villavicencio, vecino de Santiago del Estero, 120 cabezas de bestias mulares de su estancia en el Salado Grande: que han de ser de las que se han de herrar por el día de San Juan de junio venidero de este dicho año -es decir: el 24 de junio-. El mismo Arias Montiel se oligaba a tener las mulas en su estancia, por su cuenta, guarda y riesgo hasta el otro San Juan venidero de junio del año siguiente. El cobro de la transacción se haría mitad en reales de plata y la otra mitad en ropa de Castilla y de la tierra, los géneros que escogiere el dicho capitán Hernando Arias Montiel y a los precios que corriere y se vendiese de contado en las tiendas de esta ciudad que al más subido ni al más bajo sino a los de más moderación que dicha ropa se hallare (73).

La forma de cobro, en géneros escogidos por él mismo, alienta la presunción de que Arias Montiel practicara también el comercio de otro tipo de productos.

Lo que sí nos consta fehacientemente es que algunos de estos tratos comerciales derivaron en juicios por lo que el 30.08.1646 dio poder para pleitos a favor de Diego Gutiérrez y Cristóbal Cabral, vecinos del puerto de Buenos Aires (74), y el 27.03.1647 otorgó otro similar a favor de su hijo Antonio y de su hermano Juan Ortíz Montiel, residentes en Santa Fe (75).

Repercusión de la mudanza de la ciudad en los intereses de Arias Montiel

Según el capitán Francisco Ximénez Naharro, sus suegros vinieron en pobreza sólo después del traslado de la ciudad y no antes: con la trasmuta de esta dicha ciudad perdieron todo cuanto tenían en la ciudad vieja y asimismo perdieron la estancia del Salado Grande porque el enemigo calchaquí, como es notorio diferentes veces asaltaron las estancias de dicho Salado matando mucha gente y robando las estancias sobre que yo y los susodichos y otros vecinos dejamos nuestras estancias y haciendas quedando al precipicio del trabajo y neesidad en que nos hallamos...(76).

En esta ocasión, todo lo que había en la estancia se les perdió y consumió por haberla dejado y desamparado de temor del enemigo calchaquí de esta jurisdicción que en aquellos tiempos asaltaron y robaron las estancias de dicho río salado, y desde el día que despoblaron y desampararon dicha estancia los dichos mis suegros furon llegando a mucha pobreza respecto que de los frutos e intereses de dicha estancia del Salado se alimentaban en grandes intereses (77).

Ximénez Naharro se empeña en demostrar que no fue por causa de la dote de su esposa que hubiese venido en disminución el capital de sus suegros porque cuando me casé les quedaron a los dichos sus padres todo su caudal en pie, alcanzando a más de 90.000 pesos:

- su chácara de nueve cuerdas de tierras que arrendaron poblada a doña Francisca Naharro, su madre.

- su casa en la ciudad, de la que nos ocuparemos.

- la estancia del Salado Grande que entonces tenían en su flor opulen-ta con casas de mucho precio y otras oficinas del servicio .

- una chácara a las espaldas de dicha estancia con mucha cosecha de trigo y maíz y legumbres (78).

Por lo contrario, según Cristóbal Arias Montiel el caudal de sus padres, al tiempo que casaron a doña Catalina, no se componía [...] sino sólo de nueve a diez mil pesos (79).

3. Caracterización del grupo familiar

En cuanto a la familia Arias Montiel o Fernández Montiel, a la que pertenecía el propietario del solar y sus hijos, podemos reconocerla como integrante de una elite que, según Areces y otros autores, se estructuró y consolidó como tal en una etapa inicial que comprende desde la fundación de la ciudad hasta décadas posteriores a su trasla-do, a partir del grupo de vecinos que participó de la empresa funda-cional y de su proceso de afianzamiento (80).

Aunque Alonso Fernández Montiel el viejo no participó de la expedición fundadora de Santa Fe, se asentó en ella desde sus primeros años. Calificado como vecino y conquistador, ya en 1587 levantó una información de sus méritos a la Corona; más tarde, uno de sus hijos lo calificaría como vecino conquistador antiguo que de ella fue (de la ciudad de Santa Fe) (81). Según algunos, entre los compañeros de la expedición de Ortíz de Zárate, en la que vino, recibía el trato de Don, reservado entonces a personas de especial consideración por su origen y méritos; trato distinguido que, en todo caso, no se le recono-ció en Santa Fe -donde tampoco se le otorgaba a su fundador, Juan de Garay- y que tampoco recibió ninguno de sus hijos varones, de acuerdo a rígidas pautas de la sociedad hispanoamericana.

Sin perjuicio de ello, la conjunción de ejercicio de funciones capitulares, la propiedad de la tierra y la actividad ganadera ubicaron a Fernández Montiel entre las familias dirigentes de la ciudad. Desde 1584 ejerció el oficio de escribano público de cabildo, según título que le extendió Juan de Torres Navarrete (82). Dos años antes, en un acta de Cabildo se había registrado su marca de herrar ganado, lo cual indica el comienzo de su vinculación con la explotación ganadera. Más tarde recibió en merced o adquirió propiedades rurales: el gobernador Hernando Arias de Saavedra le otorgó dos leguas de tierra en la otra banda del Salado Grande, poseyó otras en el Cululú Grande. Fuera de la jurisdicción santafesina fue propietario de tierras para estancia en el pago de los Tres Arroyos, camino a Buenos Aires, y para labranzas sobre el río de Las Conchas, ya próximas a aquella ciudad.

A la vez, la segunda generación de la familia, a la que pertenece el capitán Hernando Arias Montiel, consolidó su situación social y continuó entretejiendo su relación con el grupo dirigente. Una de sus hermanas casó con el licenciado Gabriel Sánchez de Ojeda, abogado de la Real Audiencia de La Plata. Los hermanos varones desem-peñaron diversos cargos capitulares: el capitán Juan Ortíz Montiel como regidor en 1659; el sargento mayor Ignacio Arias Montiel como alcalde de la Santa Hermandad en 1639 y 1654, alférez real y alcalde de segundo voto en 1652; y el capitán Alonso Fernández Montiel el mozo, tal vez el más prominente de todos, fue vecino encomendero, regidor en 1619, alcalde de primer voto en 1626, 1633, 1653 y 1655, alférez real en 1651, regidor de primer asiento en 1651 y alcanzó a desempeñarse como teniente de gobernador entre 1636 y 1641.

Hernando Arias Montiel, a diferencia de aquellos, no ejerció funciones en el Cabildo, y parece haberse dedicado excluyentemente a sus intereses agropecuarios y comerciales, tal como lo hemos visto.

De la misma manera que las otras familias de la elite santafe-sina, a medida que la ciudad se fue consolidando y sus recursos económicos alcanzaron cierto grado de perdurabilidad, los Arias Montiel procuraron transplantar pautas y costumbres hispánicas en el ambien-te americano en que habían nacido y les tocaba vivir.

El resultado de ese proceso, protagonizado por los grupos pobladores de origen hispánico, en contacto con los aborígenes comarcanos y la mano de obra esclava de procedencia africana, sería finalmente una cultura mestiza en la cual lo hispánico y lo aborigen, lo transplantado y lo vernáculo, se conjugaron dando origen a un espacio y una sociedad diferentes.

No obstante, el ideario de la elite, aún en su situación de habitantes de una ciudad marginal de los dominios de España en Indias, fue el de recrear patrones de comportamiento propios de las ciudades centrales o de la misma metrópoli.

Esa conclusión podemos extraerla de la confrontación entre lo que se enumera en las escrituras notariales y el arqueológico. Mientras aquellas dan cuenta en forma casi excluyente de objetos materiales asociados a la cultura española, ésto revela su coexistencia con productos de culturas aborígenes o, en todo caso, del contacto hispano-aborigen.

Al igual que otros documentos similares, la carta dotal de doña Catalina Arias Montiel, hija mayor de Hernando, es indicadora tanto de la condición social y económica de su familia, como del forzado intento de transplantar lo hispano en una ciudad fronteriza, en un ambiente subtropical, de paisaje fluvial e isleño.

El ajuar de doña Catalina se compone de dos vestidos: uno, de saya y ropa de terciopelo azul, guarnecido con pasamanería de oro y plata, y el jubón de lama blanca; el otro, formado de pollera y ropa de tabí a flores, guarnecido con pasamanerías, y un jubón verde. Una mantellina de bayeta azul y un manto de tafetán de lustre con sus puntas. Cuatro camisas de Ruán nuevas, labradas con seda. Unos chapines con sus planchas de plata algo usados.

De varias tocas: una labrada, toda guarnecida con puntas de Flandes de toda cuenta y nueva; otra de lino labrada con seda azul y colorada. Una escofieta labrada; dos gargantillas y unas manillas ordinarias.

También de una saya de chamelote de seda a flores, algo usada, con pasamano de plata, y de tres paños de manos de Ruán labrados de red y parte con seda algo usados.


Prendavalor
vestido de terciopelo azul80.00 pesos
vestido de tabí a flores50.00 pesos
mantellina de bayeta azul35.00 pesos
manto de tafetán70.00 pesos
cuatro camisas de Ruán120.00 pesos
un par de chapines15.00 pesos
varias tocas, una escofieta, dos gargantillas y unas manillas50.00 pesos
tres paños de manos de Ruán50.00 pesos
una saya de chamelote de seda50.00 pesos
total520.00 pesos

Por otra parte, las alhajas se componen de: unos zarcillos de oro guarnecidos de perlas y usados, un cintillo de oro y perlas con broche obrado de lo mismo, y dos sortijas de oro, cada una con una esmeralda.


Alhajavalor
zarcillos de oro guarnecidos de perlas20.00 pesos
cintillo y broche de oro y perlas100.00 pesos
dos sortijas de oro con esmeraldas24.00 pesos
total144.00 pesos

Es decir, vestuario y alhajas, prendas de uso personal de doña Catalina, suman un valor de 664.00 pesos: el 14 % de una dote de 4.639 pesos.

También podemos establecer valores comparativos entre las cotizaciones de estos objetos suntuarios y otros bienes, siendo de particular interés aquellos que por su carácter constituyen la base económica del grupo familiar:


vestuario y alhajas664 pesos
200 mulas600 pesos
200 yeguas de cría, 4 garañones y 4 pollinos560 pesos
una casa de sala, aposento y recámara300 pesos
una atahona250 pesos
400 ovejas200 pesos
una legua de tierras para estancia200 pesos
2 cuerdas de tierra para chacra60 pesos

El cuadro que antecede nos permite establecer las siguientes relaciones: el valor del vestuario y alhajas de doña Catalina representa 11,06 veces el valor de las tierras de labor, 3,32 el de las tierras para estancia, 2,656 el de una atahona, y 2 veces el la vivienda.

Esa relación de valores entre lo suntuario y lo productivo sólo se comprende en un sociedad que asigna al vestuario una especial significación en las relaciones sociales, como factor de identificación y reconocimiento por parte del grupo al que se pertenece. El vestuario se interpreta como signo visible de otros valores: origen familiar, vínculos de sangre, pautas morales y religiosas. El prometido de doña Catalina, le otorga 500 pesos en arras como reconocimiento a las virtudes de la mujer elegida para constituir la familia y prolongar el linaje: por razón de su nobleza, virginidad e hijos que en ella espero tener.


SEGUNDA PARTE

4. La vivienda de Hernando Arias Montiel

Tal como se ha señalado, en una investigación previa pude determinar que el capitán Hernando Arias Montiel fue propietario de los dos solares que nos interesan -media manzana-, ubicados a una cuadra del convento de Santo Domingo hacia el sur y a dos del de San Francisco hacia el oeste (83), identificados como manzana 29 solares a y c. Las mismas fuentes notariales aportan referencias sobre la estructuras arquitectónicas levantadas en ese terreno, que han debido dejar vestigios que la investigación arqueológica podrá recuperar.

Algunos documentos fechados en Santa Fe la Vieja, describen parcialmente la vivienda que allí se levantó. Otros, más tardías fueron producidos cuando ya se había abandonado la ciudad vieja y ofrecen descripciones en base a recuerdos y memoria de testigos.

La confrontación de las referencias aportadas en esos diferentes momentos nos permitirá reconstruir la vivienda en cuanto es posible, aportando conclusiones que podrán ser, finalmente, confrontadas con los testimonios arqueológicos.

4.1 La parte adjudicada a doña Catalina Arias Montiel

La habitada por Hernando Arias Montiel, su mujer y sus hijos. Todavía eran pobladores de Santa Fe la Vieja cuando le tocó casar a su hija mayor, doña Catalina, y entregarle sus correspondientes bienes dotales.

El 22 de noviembre de 1647 el capitán Hernando Arias Montiel y doña Francisca Maldonado escrituraron carta de dote a favor de su hija doña Catalina, con motivo de su casamiento con el capitán Francisco Ximénez Naharro (84).

Siguiendo una costumbre que hemos podido reconocer a lo largo del período hispánico, Arias Montiel partió su casa y, entre otros bienes, otorgó como parte de la dote un sector importante de la misma, que se describió de la siguiente manera:

sala con un aposento y recámara, todo seguido y conjunto a la demás casa que queda a los dichos capitán Fernando Montiel y dicha su mujer, sobradada la dicha sala y todo el edificio cubierto de paja, sitio que le corresponde de una y otra parte, y la del patio y corral , con corredores de una y otra parte, tasado todo en trescientos pesos (85).

Cuatro años más tarde, el 09.06.1651, el capitán Ximénez Naharro y su mujer enajenaron esa propiedad a favor de Juan Bautista Manso (86), por un valor cien pesos menor al que se había tasado en la carta dotal. La descripción, esta vez, es la siguiente:

... unas casas que tenemos y poseemos en la traza de esta ciudad que son dos lances, sala y aposento con sus corredores de una y otra parte, todo cubierto de paja, sus puertas, ventanas, corral y patio y todo lo demás que tienen y les pertenece de derecho, costum-bre y servidumbre, cuyo edificio está conjunto con otro que es del capitán Hernando Arias Montiel, padre de mí la dicha doña Catalina, quien me lo dio en dote con el dicho mi marido y otros bienes ... (87).

Aunque en estos documentos no se menciona la dimensión del sitio, se indican sus linderos: linda lo que así vendo por la parte del norte calle real en medio con casas y sitio de Bernabé de Belaustegui, y por otra parte con casas y sitio de los herederos de Diego de Valenzuela calle real en medio y demás lindes que tienen y les pertenecen, que es la dicha sala y aposento lo que cae a la parte del norte (88).

Una primera lectura permitiría suponer que no hay coincidencia entre ambos textos; sin embargo, al tratarse de una misma propiedad descripta con una diferencia de cuatro años -período relativamente corto para las posibilidades de producción arquitectónica de Santa Fe la Vieja-, se hace preciso una lectura comparativa más pormenorizada.

A los fines de ordenar la correlación entre ambas descripciones podemos establecer el siguiente cuadro:


16471651
Espacios cubiertossala con un aposento y recámarados lances, sala y aposento
Espacios abiertospatio y corralcorral y patio
Espacios semicubiertoscon corredores de una y otra partecon sus corredores de una y otra parte
Cubiertatodo el edificio cubierto de pajatodo cubierto de paja
Particularidadessobradada la dicha sala
todo seguido y conjunto a las demás casas que quedan al
capitán Hernando Arias Montiel.
sus puertas, ventanas
conjunto con otro que es del capitán Hernando Arias Montiel.

Es decir: la diferencia más sustancial estaría en que la enumeración de locales en 1647 -sala, aposento y recámara- no coincide con los dos lances -sala y aposento- que se mencionan en 1651. La omisión de la recámara, por lo tanto, podría obedecer a dos razones:

. su ínfimo valor al momento de valuar la casa.

. que habría desaparecido en el transcurso de cuatro años.

La segunda posibilidad podría asociarse a que en 1647 la propiedad fue tasada en 300 pesos y en 1651 en 200, pero es por demás improbable que esos cien pesos de diferencia pudieran corresponder al valor de una recámara que hubiera desaparecido.

Creemos, en cambio, que en 1651 la recámara no aparece mencionada por su escaso valor, y que la diferencia en la apreciación del inmueble puede deberse a dos causas:

. la tendencia habitual a sobrevalorar los bienes dotales por parte de los otorgantes a fin de favorecer a su hija.

. en 1651 el Cabildo ya había decidido mudar la ciudad a un nuevo emplazamiento y, lógicamente, esto habría repercutido en la depreciación del valor monetario de los inmuebles.

Vale detenerse, además, en la utilización del vocablo lance como sinónimo de habitación. También Aracy Amaral, al ocuparse de la casa rural paulista, reconoce la utilización de la palabra portuguesa lanço con el mismo sentido (89).


4.2 La parte que se reservó Hernando Arias Montiel

Como se menciona expresamente en las escrituras citadas, Arias Montiel se reservó una parte de la vivienda y solares, correspondiente al sector sur de su propiedad.

El 19.05.1651, un mes antes de que lo hiciera el matrimonio Ximénez Naharro, Hernando Arias Montiel escrituró la venta de esa parte, tasada en 250 pesos, a favor del ya mencionado Juan Bautista Manso (90).

Por esta escritura conocemos la composición del resto de la propiedad:

... un pedazo de casa y edificio que es aposento y recámara de tapias con sus colgadizos de la parte del sur y parte del este, todo cubierto de paja con sus puertas, cerraduras y ventanas, sitio que tienen y les pertenece, y que está cercado de tapias, con algunos ár-boles frutales y todo lo demás que tienen y les pertenece, de uso, de-recho, costumbre y servidumbre, que todo linda y está conjunto al demás edificio, casa y sitio que yo el susodicho di en dote a doña Catalina Arias Montiel, mi hija, y a Francisco Ximénez Naharro, su marido, al tiempo y cuando se casaron los susodichos, quienes lo vendieron al dicho Juan Bautista Manso (...) y que todo uno y otro edificio está en la traza de ella ... (91).

Cristóbal Arias Montiel, en nombre y con poder de sus her-manos declara:

... estas dichas casas se le dieron en dote exceptuado sólo un aposento que habiéndolas vendido el dicho Francisco Ximénez a ex-traño les fue preciso a nuestros padres salirse de su pertenencia por no poderlas coger por el tanto por estar en pobreza (92).

Esta vez, el cuadro descriptivo que podemos establecer es el siguiente:


Espacios cubiertos
Espacios abiertos
aposento y recámara
sitio que tienen y les pertenece, y que está cercado de tapias, con algunos árboles frutales
Espacios semicubiertos
Cubierta
con sus colgadizos de la parte del sur y parte del este

todo cubierto de paja
Particularidades. con sus puertas, cerraduras y ventanas
. de tapias
. todo linda y está conjunto al demás edificio, casa y sitio que yo el susodicho día a doña Catalina Arias Montiel, mi hija.

Algunos años antes, el 10.07.1641 Arias Montiel había vendido otra fracción de medio solar, sin edificación alguna, al sargento mayor Diego de Escalante (manzana 29 a.2) (93).

4.3 La casa completa

Antes de intentar una interpretación de conjunto, pasaremos a considerar algunas descripciones tardías -posteriores al abandono de la ciudad vieja-, que constan en un pleito producido entre los herederos de Arias Montiel contra Ximénez Naharro y que ofrecen referencias de la casa completa en base a los recuerdos de algunos testigos.

Después del traslado de Santa Fe Francisco Ximénez Naharro, tratando de justificar el caudal de la dote de su mujer hizo memoria de cómo había sido la casa de su suegro (94):

y le quedaron en dicho sitio antiguo tres lances de casas muy buenos en sitio de dos solares, que se componían de un aposento grande, sobradado muy curioso, y de una recámara que tenía a su lado y una despensa muy grande que tenían sobre la calle real para la parte del poniente de dichas casas, y una cocina de dos aposentos de tres tapias en alto y en dicha casa mucha arboleda de muchos árboles frutales, que vendieron a Juan Bautista Manso de Reseco (sic) que dicha ciudad vieja se trasmutaba a ésta (95).

En otra parte del mismo expediente Ximénez Naharro formula la misma descripción con ligeras variantes:

unas casas en el sitio antiguo que se componían de tres lan-ces asobradadas con mucha curiosidad y dos recámaras a los lados de dicha casa y una despensa grande donde tenían todo el menaje y trastes de casa y una cocina grande de tres tapias en alto con dos aposentos, media cuadra o dos solares de sitio en dicha casa con mucha arboleda de higueras y duraznos y otros árboles frutales (96).

Y más adelante indica:

que en dicho tiempo citado tenían en el dicho sitio ... unas casas de tres lances con corredores, dos recamaritas a los lados de ella, y una despensa grande que caía hacia la parte del poniente y mucha arboleda en el sitio de dicha, de muchos árboles frutales y una cocina grande de dos aposentos de tres tapias en alto (97).

De ellas sólo, dice, le habían dado en dote sala y aposento, y todo lo demás referido quedó a los dichos mis suegros.

4.4 Equipamiento doméstico

Según Ximénez Naharro, en esa casa urbana de puertas adentro había muchas cajas, sillas, plata labrada y escritorios y mucha ropa de su servicio y siete esclavos escogidos (98).

Sólo parcialmente, y a través de los bienes otorgados en dote a doña Catalina, su hija mayor, podemos intuir cual era el tipo y cali-dad de bienes muebles con que se alhajaban estas casas.

En general los muebles españoles e hispanoamericanos del siglo XVII eran poco variados y respondían a tipos reiterados, en los que el objeto singular se diferenciaba por la calidad de los materiales empleados y la mano de obra interviniente en su ejecución. Las referencias notariales son sucintas y no permiten re-crear formas sino es por analogía con exponentes contemporáneos que hayan sobrevivido y formen parte de colecciones.

Para guardar la ropa de vestir, de cama, de mesa y objetos varios se utilizaban cajas y baúles -en Santa Fe la Vieja no encontramos ninguna referencia sobre armarios-, de los que doña Catalina Arias Montiel entró dos: una caja de madera de dos varas de largo con su cerradura y llave algo usada, tasada en 30 pesos, y un cofre mediano con su cerradura y llave usado que se valuó en 15 pesos.

Los papeles -escrituras, cartas, mercedes, etc.- se guardaban en escritorios, suerte de caja con gavetas, que en este caso se describe como un escritorio del Paraguay con tres cuartas de largo poco más o menos, cinco gabetas y su cerradura y llave, apreciado en 30 pesos.

El muebles de dormir, en una casa principal, solía ser como en este caso una cuja de madera torneada, con el complemento de dos colchones y el adorno de un pabellón de toca azul y labrado. Es decir que se trataba de una cama de dosel con su cielo y cortinas de tela, cuyo valor ascendía a la apreciable suma 200 pesos equivalente a las dos terceras partes del valor asignado al inmueble de la vivienda. Completando el aparato decorativo, la cabecera de la cama se adornaba con delanteras, en este caso se adjudican dos: una de red y otra labrada con la azul, ambas nuevas.

La ropa de cama remite también a la introducción de lujos de importación con los que los santafesinos pudientes reproducían las costumbres del solar español. La dote de doña Catalina incluye tres pares de sábanas de Ruán algo usadas y las unas labradas con seda morada y las otras llanas, tasadas todas en 80 pesos y cuatro almohadas de Ruán usadas y todas labradas con sus acericos que valían 60 pesos.

Para cubrir la ropa de cama, a modo de colcha, los Arias Montiel adjudican a su hija una sobrecama nueva de lana a modo de las de la gobernación con su flecadura, tasada en 25 pesos, precio muy inferior al de otras casas santafesinas en las que podían alcanzar un precio cuatro veces superior.

Como adorno de alguna pared se menciona:un espejo dorado número ocho nuevo en diez pesos.

Aunque no se incluyen muebles utilizados para sentarse a comer -habitualmente bufetes y sillas- sí se adjudican dos tablas de manteles de lienzo de algodón y doce servilletas de lo mismo guarne-cido uno y otro con su flecadura y nueva. La cubertería se compone de un estuche con doce cuchillos de mesa y un tenedor, su valor de 20 pesos es poco significativo, pero su enunciación revela el modo en que se llevaba la comida a la boca todavía en el siglo XVII: con las manos, mientras que el único tenedor servía para el momento de trinchar o dividir las presas entre los comensales.

No se mencionan objetos de cerámica -rara vez enunciados en estos documentos-, pero sí los de plata: platillos, un platón, jarro y salero de plata labrada, alguna torneada y la demás llana, que pesó treinta marcos y alcanzó el monto de 265 pesos.

Los valores de los muebles asignados a doña Catalina son moderados, y pueden considerarse entre los precios promedios para muebles de su tipo, con lo cual se indicaría una situación de bienestar que no alcanza a los máximos niveles de riqueza de la ciudad.

5. Familia y ámbito doméstico

La de Arias Montiel puede reconocerse como una familia principal, perteneciente a la elite ganadera y mercantil de Santa Fe la Vieja que además desempeña las principales funciones capitulares.

En el caso personal del capitán Hernando Arias Montiel se denota una dedicación, casi excluyente, a sus tareas de campo, ejercidas en su chacra y en su estancia. Sus actividades y los espacios en que se desarrollan nos permiten establecer una relación entre vida doméstica urbana y ocupaciones rurales, similar a la que en escala mayor se reconoce entre ciudad y territorio.

El núcleo urbano de Santa Fe, nos dice Areces, es el asentamiento nuclear de una constelación de asentamientos dispersos de naturaleza diversa (99) y es, a la vez, el asiento de una población que, en forma simultánea a la dinámica económica de la ciudad y la región, conforma un tejido social cada vez más complejo, con vinculaciones intra e inter-regionales.

Avanzado el siglo XVII, en términos de producción arquitec-tónica, ya se ha superado la etapa de una arquitectura "espontánea", con que se resolvieron las primeras urgencias, y se ha comenzado la generación de una arquitectura "popular", producto de experiencias acumuladas.

Según el arquitecto Alberto de Paula es el momento en el que en el Río de la Plata como en otras regiones del área, la homogeneidad de recursos constructivos, la persistencia de tradiciones vernáculas adecuadas al clima lugareño, los recursos humanos disponibles y sus modos de trabajo caracterizan sus resultados que, desde media-dos del siglo XVII en adelante, alcanzan calidades de perdurabilidad (100).

La casa de Hernando Arias Montiel podrá leerse, en primer lugar, como resultado del afianzamiento de la ciudad y de sus recursos, y de la consolidación social y pecuniaria de esa elite.

Localizada a cuadra y media de la Plaza, en las proximidades del convento dominico, no obstante, el sector urbano puede recono-cerse como de mediana ocupación, en una situación intermedia entre la del entorno inmediato a la Plaza -de máxima ocupación- y las manzanas periféricas -las "cuadras"- dedicadas al cultivo de viñas o fruta-les. El mismo Hernando Arias Montiel fue dueño de una cuadra de viña que vendió a doña Leonor de Luján, mujer de Miguel Rodríguez, el 26.03.1641 (101).

El terreno en que se asienta es uno de los más amplios de la ciudad: media manzana conformada por la agregación de dos solares fundacionales -cada uno equivalente a un cuarto de manzana-, todo cercado de tapias.

La relación entre lo construido y lo no construido define espacios abiertos que se califican claramente según su función y jerarquía: patio y corral, cuya configuración morfológica y categoría de usos se articula a partir de la localización de los espacios cubiertos dentro del lote (102).

El patio antecede al cuerpo principal de la casa-habitación constituyéndose como un elemento de transición entre lo público -la calle- y lo privado -el ámbito doméstico-; hacia el frente lo delimita el tapial y en lo interior el cuerpo de habitaciones principales. Nuclea así los usos de "representación" familiar en correspondencia con la jerarquía que se reconoce a los locales con los que establece relación.

El corral, en cambio, concentra actividades que le otorgan carácter de ámbito vital en el que se desarrollan las actividades domésticas relacionadas con el "funcionamiento" y sustento del hogar: cocina, habitaciones para los criados.

La amplitud de los solares permite contar con la presencia de árboles frutales exóticos para la región -higueras y duraznos-, introdu-cidos desde los primeros años en la ciudad.

En cuanto a los espacios cubiertos, éstos configuran bloques diferentes: una tira principal y otra de servicio.

La tira principal se compone de tres "lances": sala y dos aposentos, construidos de tapia y cubiertos de paja. En relación con ellos se documenta la existencia de dos recámaras o "recamaritas".

Debe tenerse en cuenta que la especialización de usos de estos locales todavía es incipiente (103), para la misma casa de Arias Montiel hemos podido constatar la utilización alternativa de la voz sala y aposento para denominar al mismo local. Vale entonces aclarar que para esta época los locales no tenían uso claramente diferenciado como más tarde se les asignó: las diferencias entre sala y aposento solían ser las de tamaño, y si bien en algunas viviendas principales la sala podía ser un lugar destinado exclusivamente para la recepción, en otras servía a usos menos específicos. En todo caso, el mobiliario siempre jugaba un papel fundamental en la definición del uso o usos a los que se destinaba el local.

El cuerpo de servicio se conforma con una cocina de dos aposentos, de tres tapias de alto. En una situación todavía no claramente identificable puede mencionarse una despensa, de la que los documentos producidos todavía en el sitio viejo no hacen constancia, y que más tarde se recuerda como una despensa grande, edificada hacia la calle del oeste, aunque no sabemos si estaba yuxtapuesta o no al cuerpo principal ya señalado.

No descartamos la existencia de otros locales de servicio y habitaciones para los esclavos -seis o siete- que llegó a poseer la familia. De este tipo de locales la documentación, al igual que en otros casos, hace omisión por razones de su escaso valor económico y de ellos hasta el momento la arqueología no ha dado cuentas (104).

El cuerpo principal tiene corredores o galerías a ambos lados, es decir, hacia el oeste, y también hacia el sur. Estos corredores o "colgadizos" tenían un doble propósito: funcionalmente establecían áreas de transición entre lo cubierto y lo no construido, el interior y el exterior, propicias para el desarrollo de actividades, el descanso o esparcimiento familiar; por otra parte preservaban de los agentes atmosféricos que conspiraban contra la conservación de la materialidad de los muros.

Precisamente, en cuanto a lo tecnológico ya hemos enunciado algunas referencias acerca de que la estructura muraria era de tapias y que la cubierta -tanto de los locales principales como de los de servicio-, era de paja.

La tapia o tierra apisonada era la técnica utilizada de ordinario en las mejores construcciones de Santa Fe la Vieja -iglesias de San Francisco, Santo Domingo, La Merced- y en las principales viviendas. Su difusión puede documentarse a lo largo de los dominios españoles en América, desde la actual Colombia (105) a otras ciudades del actual territorio argentino como Córdoba y Buenos Aires. En Córdoba, gobernación del Tucumán, aún cuando la proximidad de canteras facilitaba la utilización de la piedra, en el siglo XVII las construcciones de tapia fueron corrientes.

Tal como lo señala Carlos Luque Colombres (106), la voz tapia, hoy empleada como sinónimo de pared divisoria o cerca, en los documentos de aquella época hace referencia a los muros de tierra apisonada. Al igual que en Santa Fe, en documentos notariales cordobeses también se indica la altura de estas paredes mediante la expresión de "paredes de dos o tres tapias de alto", como hemos visto en las descripciones de la cocina de la casa de Arias Montiel.

En Santa Fe las construcciones, desde principios del siglo XVII y por iniciativa de Hernandarias de Saavedra desde su acción de gobierno, tendieron a reemplazar la cubierta de paja por la de teja, que aunque más costosa, ofrecía la ventaja de disminuir los riesgos de incendios. Aún así podemos constatar que la paja no dejó de ser una solución extraña en viviendas importantes -como la de Arias Montiel-.

Como contrapartida, es de destacar la calidad constructiva del cuerpo de servicio, que en este caso también se resuelve con tapia cuando lo corriente era materializarlo con técnicas más precarias -tapia francesa o embarrado-.

Por otra parte, la casa de Hernando Arias Montiel aporta la presencia del sobrado, elemento singular, con escasos antecedentes en Santa Fe la Vieja, aunque ya a principios de siglo Feliciano Rodríguez había construido en las afueras de la ciudad una casa con sobrado: para poder vivir en lo alto.

El sobrado de Arias Montiel aparece en el aposento, en algún documento llamado sala, el cual interpretamos que era el local central de la tira de habitaciones. En las sucesivas descripciones que hemos transcripto el sobrado no deja de mencionarse como complemento de la referencia de ese local, y en una oportunidad se agrega: sobrado con mucha curiosidad.

El Diccionario Enciclopédico Hispano-americano (107) define al sobrado como sinónimo de desván, y antiguamente de cada uno de los altos o pisos de una casa.

En el sentido de desván, el citado diccionario trae unos versos de Ruiz de Alarcón:

En vano
Es, por Dios, vuestra porfía
Toda la casa es un palmo
Sin alacena, tabique,
Bóveda, cueva o sobrado.


Para la segunda acepción, se transcribe un fragmento de La Celestina.... pues sube presto al sobrado alto de la solana, y baja acá el bote del aceite serpentino.

Aunque los documentos no aportan más de lo referido, es dable suponer que este sobrado se materializaba con un entrepiso de entablonado, a los fines de aligerar su estructura y su carga sobre los muros de tapia, y que se aprovechaba la habitual altura interior de los locales sin por ello provocar que se acusara exteriormente en la cu-bierta.

La coexistencia de sobrado y cubierta de paja no deja de ser un aspecto interesante de referencia.

En cuanto a su patrón de asentamiento, el análisis de la casa de Arias Montiel nos permite concluir que ésta responde a la serie tipológica que en otros trabajos ya hemos caracterizado para la primera época de Santa Fe: el de las viviendas con patio a la calle (108). En ellas la vida doméstica tiende a recogerse en la intimidad, sustrayéndose del espacio público urbano y poniendo distancias con la calle: el patio se interpone alejando lo privado de lo público. La "puerta de calle", abierta en medio del tapial da acceso a la intimidad (109), y señala el paso del afuera -lo público- a lo privado -lo íntimo-.

En relación con el tejido urbano, este tipo de vivienda genera un tejido de grano grueso, con amplio predominio de lo no construido sobre lo construido.

Hacia la calle el tapial delimita el espacio público y el privado, pero por su altura permite intuir la predominancia de los espacios abiertos, algunos de ellos arbolados.

Las calles, definidas espacialmente con estos límites bajos, atraviesan la ciudad pasando de lo urbano a lo rural blandamente: tanto en lo morfológico como en cuanto al uso del suelo la ciudad se diluye en el territorio y el campo penetra en la ciudad.

Tal como lo hemos señalado la ciudad es el centro de una red de relaciones espaciales, pero también es el lugar seguro al que se regresa después de cada incursión en el territorio, fuere militar o vaquería, al que se arriba luego de largas travesías fluviales o terrestres, y en el cual encuentra resguardo el vecino que trabaja la tierra en un espacio de precarias fronteras.

El caso de Hernando Arias Montiel nos permite también una lectura en ese sentido. Aunque estanciero del Salado Grande y empresario de vaquerías, no se desvincula de la ciudad, que le sirve de centro para sus operaciones comerciales y donde tiene su casa principal, lugar seguro en el que permanecen su mujer y sus hijas mujeres cuando los varones crecen y están en condiciones de ayudarle en las tareas de campo. Ámbito doméstico de una ciudad marginal de Indias que intenta prolongar formas de comportamiento y pautas culturales transplantadas desde el otro lado del océano, pero en el que las condiciones del ambiente general un espacio y una sociedad diferentes.


Notas


(28) Trabajo presentado en la Segunda Conferencia Internacional de Arqueología Histórica Americana, realizada en la ciudad de Santa Fe en 1995.

Un extracto del mismo fue publicado en: "Historical Archaelogy in Latin America" nro. 14, The South Carolina Institute of Archaelogy and Anthropology, Columbia, USA, 1996.

(29) DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS ETNOGRÁFICOS Y COLONIALES (en adelante. DECC): ESCRITURAS PÚBLICAS (en adelante EP), TOMO 4 4, FS. 61/63V.

(30) DEEC: EP tomo 1, fs. 826/31.

(31) ARCHIVO DE LA CATEDRAL METROPOLITANA DE SANTA FE (en adelante: ACM): MATRIMONIOS (en adelante M): tomo 2, f.3v.

(32) ACM: M tomo 2, f. 7.

(33) ACM: BAUTISMOS (en adelante: B) tomo 1,f. 1v.

(34) ACM: B tomo 1, f. 6v.

(35) DEEC: EP tomo 5, fs. 1128v/30.

(36) DEEC: EP tomo 8, fs. 198/99.

(37) ACM: B tomo 1, f. 17.

(38) ACM: M tomo 2, f. 10v.

(39) DEEC: EP tomo 2, fs. 714v/7.

(40) ACM: B tomo 2, f. 3v.

(41) ACM: M tomo 2, f. 11.

(42) DEEC: EP tomo 4, fs. 71/5v.

(43) ACM: B tomo 1, f. 39.

(44) ACM: M tomo 2, f. 19.

(45) DEEC: EP tomo 4, fs. 61/63v.

(46) DEEC: EP tomo 4, f. 63v.

(47) Ibídem.

(48) DEEC: EXPEDIENTES CIVILES(en adelante: EC) tomo 63, f. 89v.

(49) Declaración de Cristóbal Arias Montiel, en nombre y con poder de sus hermanos. Santa Fe, presentada el 16.06.1685. DEEC: EC. Testamentaría del capital Hernando Arias Montiel, tomo 63, expte. 235, fs. 54a 55 v.

(50) DEEC: EP tomo 2, fs. 531/2v.

(51) DEEC: EP tomo 1, fs. 39/40v.

(52) DEEC: EP tomo 1, fs. 41/42.

(53) DEEC: EP tomo 1, fs. 826/31. Estas tierras tenían su frente al este y lindaban con Diego de Cepeda.

(54) DEEC: EC tomo 63, f. 65/5v.

(55) DEEC: EC tomo 63, f. 50.

(56) Declaración de Francisco Ximénez Naharro. DEEC: EC: tomo 63, f. 49.

(57) DEEC: EP tomo 4, fs. 61/63v.

(58) DEEC: EP tomo 1, fs. 781/5.

(59) DEEC: EC tomo 63, f. 89.

(60) ...donde vivían mis cuñados...dice Francisco Ximénez Naharro. DEEC: EC tomo 63, fs. 49v/50.

(61) Ibídem.

(62) DEEC: EC tomo 63, expte. 235, fs. 65/65v.

(63) Declaración de Francisco Ximénez Naharro. DEEC: EC: tomo 63, fs. 49v/50.

(64) DEEC EC, testamentaría de Hernando Arias Montiel, tomo 63, expte. 235, fs. 65 a 65v.

(65) Declaración de Francisco Ximénez Naharro, f. 50.

(66) Ibídem, fs. 49v/50.

(67) Idem, fs. 49v/50.

(68) Id., f. 50.

(69) y por las que faltaren en la entrega ha de ser a la parición y yerra primera y siguiente a la referida, machos y mulas, todo entregado de la estancia del dicho capitán Hernando Arias Montiel. DEEC: EP tomo 1, f. 827v.

(70) Declaración de Francisco Ximénez Naharro. Tomo 63, fs. 49v/50.

(71) Fue incluida en la carta dotal de su hija doña Catalina, ya usada y sin caballos, tasada en 250 pesos.

(72) Declaración del capitán Francisco Ximénez Naharro. DEEC: EC Testamentaría del capitán Hernando Arias Montiel, tomo 63, expte. 235, fs. 57/58v.

(73) Venta del capitán Hernando Arias Montiel, vecino, alférez Juan Pérez de Zurita Villavicencio, vecino de Santiago del Estero, provincia del Tucumán, DEEC: EP 1, fs. 568v/70.

(74) DEEC: EP 1, f. 810/11.

(75) DEEC: EP 1, f. 823/4v.

(76) Declaración de Francisco Ximénez Naharro, f. 51.

(77) DEEC: EC 63, f. 89/90.

(78) Declaración del capitán Francisco Ximénez Naharro. DEEC: EC Testamentaría del capitán Hernando Arias Montiel, tomo 63, expte. 235, fs. 57/58v.

(79) DEEC: EC, testamentaria de Hernando Arias Montiel, tomo 63, expte. 235, fs. 65/65v.

(80) Ibídem, págs. 75/76.

(81) DEEC: EC tomo 52, expte. 11, f. 475.

(82) ARCHIVO GENERAL DE LA PROVINCIA DE SANTA FE (en adelante AGPSF): ACTAS CAPITULARES, tomo 1, fs. 65/66v.

(83) CALVO, Luis María. Santa Fe la Vieja. 1573-1660. La ocupación del territorio y la determinación del espacio en una ciudad hispanoamericana.. Santa Fe, Serv-Graf, 1990.

(84) Carta dotal de doña Catalina Arias Montiel, hija del capitán Hernando Arias Montiel y doña Francisca Maldonado, vecinos, que casa con Francisco Ximénez Naharro, hijo del capitán Juan Ximénez de Figueroa, ya difunto, y de doña Francisca Naharro, vecinos. DEEC: EP 1, fs. 826/31.

(85) DEEC: EP 1, f. 826v.

(86) Venta de Francisco Ximénez Naharro y doña Catalina Arias Montiel a favor de Juan Bautista Manso, morador, Santa Fe, 9 de junio de 1651. DEEC: EP 2, fs. 24v/7.

(87) DEEC: EP 2, f. 24v.

(88) DEEC: EP 2, f. 826v25.

(89) AMARAL, Aracy. A hispanidade em Sao Paulo, da casa rural à Capela de Santao Antonio. Sao Paulo (Brasil), Nobel, Editora de Universidade de Sao Paulo, 1981, pág.54.

(90) Venta de Hernando Arias Montiel, vecino, a Juan Bautista Manso, morador, Santa Fe, 19/06/1651. DEEC: EC 2, fs. 34v/35.

(91) DEEC: EP 2, fs. 34v/6.

(92) Declaración de Cristóbal Arias Montiel, en nombre y con poder de sus hermanos. Santa Fe, presentada el 16.06.1685. DEEC: EC. Testamentaría del capital Hernando Arias Montiel, tomo 63, expte. 235, fs. 54a 55 v.

(93) DEEC: EP 1, fs. 44/5.

(94) DEEC: EC 63, expte. 235, año 1685, "Testamentaria del capitán Hernando Arias Montiel". Testimonio del capitán don Bartolomé de Lescano, vecino -31.07.1681. f. 57/60v.

(95) DEEC: EC 63, f. 58.

(96) DEEC: EC 63, f. 49.

(97) DEEC: EC 63, f. 90.

(98) DEEC: EC 63, f. 49.

(99) ARECES, Nidia; LÓPEZ, Silvana; NÚÑEZ REGUEIRO, Beatríz; REGIS, Élida y TARRAGÓ, Griselda. Relaciones interétnicas en Santa Fe la Vieja. Sociedad y Frontera. En: Revista nro. LIX de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe. Santa Fe, 1993, pág. 74.

(100) PAULA, Alberto de: Rasgos de identidad en la arquitectura rioplatense (siglos XVI al XIX). En: Summarios, 110/11. Buenos Aires, Summa ediciones, 1987, pág. 12.

(101) DEEC: EP tomo 1, fs. 41/42.

(102) LUQUE COLOMBRES, Carlos A.. Orígenes históricos de la propiedad urbana en Córdoba. Instituto de Estudios Americanistas "Doctor Enrique Martínez Paz", Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Córdoba, 1980, pág. 9.

(103) AMARAL, Aracy. A hispanidade em Sao Paulo, da casa rural á Capela de Santo Antonio. Sao Paulo (Brasil), Nobel, Editora da Universidades de Sao Paulo, 1981, pág. 48.

(104) También Aracy Amaral, al referirse a la casa rural paulista menciona la existencia de construcciones más precarias que las integraro y que han desaparecido:

E assim nao conhecemos mas is provaveis "puxados" para cozinha, men os paiois, nem senzalas, nem ranchos próximos, onde provabelmente se alojava a "indiada", nem toda a serie de rústicas construcoes -mais precarias, por certo- que forcosamente deverían fazer parte desses conjuntos que, hoje, após as restauracoes, parecem inexistir em funcao de un esteticismo -a arquitectura da casa exaltada como algo isolado- pro certo inverídico em relacao a epoca em que essas construcoes foram concebidas e executadas.

(105) Jaime Salcedo Salcedo nos dice, por ejemplo que toda la arquitectura bugueña de los siglos XVI y XVII se construyó de embutido de barro -equivalente a la tapia francesa en Santa Fe- o bien de paredes de tapias o adobes.

Cfr. SALCEDO SALCEDO Jaime. Guadalajara de Buga y su arquitectura. En: Apuntes 19. Instituto de Investigaciones Estéticas "Carlos Arbeláez Camacho", Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia, mayo de 1982, pág. 33.

(106) LUQUE COLOMBRES, Carlos A.. Orígenes históricos de la propiedad urbana en Córdoba. Instituto de Estudios Americanistas "Doctor Enrique Martínez Paz", Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Córdoba, 1980, pág. 8.

(107) Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Literatura, Ciencias, Artes, etc. Barcelona, Montaner y Simón, 1912, tomo XX.

(108) Calvo, Luis María. La vivienda en Hispanoamerica. En: América 9. Santa Fe, Centro de Estudios Hispanoamericanos, 1990, págs. 35/36.

(109) Calvo, Luis María. Santa Fe. Arquitectura, ciudad y territorio. En: Nueva Enciclopedia de la provincia de Santa Fe. Santa Fe, ediciones Sudamérica, 1993, pág. 583.


Bibliografía

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- ARECES, Nidia; LÓPEZ, Silvana; NÚÑEZ REGUEIRO, Beatríz; REGIS, Élida y TARRAGÓ, Griselda. Relaciones interétnicas en Santa Fe la Vieja. Sociedad y Frontera. En: Revista nro. LIX de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe. Santa Fe, 1993, págs. 71/106.

- BERNABEU, Salvador; GÓMEZ-FERRER, Álvaro; GUTIÉRREZ, Ramón; HARDOY, Jorge E.; JIMÉNEZ, Alfonso; MALAMUD, Carlos; TINEO, Juan A.; VIVES, Pedro. Historia urbana de Iberoamérica. Tomo 1: La ciudad iberoamericana hasta 1573. Madrid, Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, 1987.

- Calvo, Luis María. La vivienda en Hispanoamerica. En: América 9. Santa Fe, Centro de Estudios Hispanoamericanos, 1990, págs. 35/50.

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- CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LAS OBRAS PÚBLICAS Y URBANISMO. Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo de España. La ciudad hispanoamericana. El Sueño de un Orden. Madrid, 1989.

- FERNÁNDEZ DÍAZ, Augusto. Fernández Montiel. En Genealogía, nro. 14. Buenos Aires, Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, 1965, págs. 69/72.

- LAFUENTE MACHAIN, Ricardo de. Los conquistadores del Río de la Plata. 2ª edición. Buenos Aires, editorial Ayacucho, 1943.

- LUQUE COLOMBRES, Carlos A.. Orígenes históricos de la propiedad urbana en Córdoba. Instituto de Estudios Americanistas "Doctor Enrique Martínez Paz", Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Córdoba, 1980.

- PAULA, Alberto de. Rasgos de identidad en la arquitectura rioplatense (siglos XVI al XIX). En: Summarios, 110/11. Buenos Aires, Summa ediciones, 1987, págs. 4/14.

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TOPONIMIA E HISTORIA DE LA GUARDIA

La historia de La Guardia se diferencia de todos los barrios de la ciudad de Santa Fe. Allí se instaló la Guardia de Rinconeros que defendía el gobierno del Brigadier Estanislao López, una vez que éste tomó el poder del gobierno de Santa Fe, tras ser depuesto de ese cargo Mariano Vera.

El 23 de julio de 1819, López y sus milicias rinconeras notificaron frente a la Aduana que se harían cargo de la gobernación. Así se concretó el 18 de agosto de ese mismo año, en medio de los festejos de la ciudadanía.

Días después, el “caudillo inmortal” instauró la Guardia de Rinconeros en la zona de Rincón Abajo –hoy La Guardia–, oculta por una plantación de ceibos en el sector donde luego se emplazaría la fábrica Alassio Hermanos.

La intención era detener cualquier intento de ataque que pudiera acercarse por agua a Santa Fe. Vera había huido hacia la costa entrerriana y allí agrupaba sus tropas, por lo cual el peligro era permanente. Con el tiempo, el fortín pasó a ser conocido como La Guardia de López, para abreviarse luego a su forma actual.

En 1829, el Brigadier venció –con el acompañamiento de Juan Manuel de Rosas– al general Juan Lavalle en el puente de Márquez. Entre los soldados que combatieron en ese enfrentamiento se encontraban muchos integrantes de la Guardia de Rinconeros, entre ellos Leandro Esquivel, a quien la tradición oral de La Guardia recuerda como El Tío Leandro (allí viven aún sus descendientes).

LOS PRIMEROS

Entre los primeros habitantes se puede mencionar a las familias Aguiar, Bustos, Bassaga, Niz, Esquivel, Pedriel, Salas, Ramírez, Uriarte y Villaverde. Con los años, numerosos vecinos dejarían plasmado su apellido en la historia de estas tierras.

En 1819, Estanislao López decidió crear una junta de representantes en toda la provincia. En 1826, nombraron a tres alcaldes: uno para La Capilla (hoy Rincón Centro); otro para Rincón Arriba (ahora Rincón Norte); y otro para Rincón Abajo (La Guardia). Los primeros alcaldes para este último distrito fueron Antonio Troncoso, Feliciano Estrada y Manuel Vargas.

Con los años, se sucedieron los gobiernos pero sin grandes cambios en la fisonomía de la zona. Los mayores avances se produjeron quizás en los últimos 60 años, luego de que se creara por ordenanza municipal la Administración del Distrito Colastiné (hoy Delegación La Guardia-Colastiné).

Al trabajo municipal se sumaron las instituciones, que pusieron su granito de arena para brindar alternativas a los habitantes. Entre ellos, el Club Atlético Velocidad y Resistencia, fundado el 2 de febrero de 1933 (inaugurado en Santa Fe y luego trasladado a La Guardia).

SANTA ROSA DE CALCHINES Y OTROS LUGARES DE LA COSTA

Antes de la llegada de los españoles, la zona hoy conocida como “litoral santafesino” estaba habitada por pueblos originarios. Recolectores de frutos y miel silvestre, cazadores y pescadores, alfareros, en donde varios siglos más tarde surgiría la localidad de Santa Rosa, vivían los calchines, grupo nativo que daría nombre a la región.

Cuando arribaron los españoles, entonces, se encontraron con comunidades que tenían incorporado un estilo de vida que a partir de entonces se vio radicalmente transformado.

Juan de Garay, al fundar Santa Fe, el 15 de noviembre de 1573, lo hace en tierras de “calchines y mocoretaes” y así lo consignas en las actas correspondientes.

En 1616, el primer gobernador criollo, Hernando Arias de Saavedra, al que el uso popular nombra como “Hernandarias”, funda la reducción de “San Miguel de los Calchines”, probablemente en un sitio cercano al actual emplazamiento de Santa Rosa, grupo que lentamente va desapareciendo.

Ya en el siglo XIX, la gobernación de Santa Fe establece fortines y líneas de defensa para impedir la llegada a la ciudad capital de los grupos aborígenes provenientes del Chaco y así se monta una nueva reducción al mando de frailes. Sucesivamente la misión es trasladada hasta que un grupo se rebela, se niega a mudar de sitio y se asienta definitivamente. En marzo de 1861 es nombrado encargado de la reducción Fray Antonio Rossi. Junto a los nativos inicia las obras del templo, que finalizan en 1863.

A mediados de 1861, por decreto, el gobernador Pascual Rosas, crea el pueblo.

Ricardo Kaufmann (20)

Medio siglo es un abrir y cerrar de ojos en la historia de los pueblos, pero es mucho tiempo para la vida de un individuo, y está bien que se haya decidido que los que peinamos canas, vengamos a volcar nuestros recuerdos sobre el comienzo de las excavaciones, cada cual desde el ángulo en que las vio suceder.

Cayastá era un pueblo como tantos otros de la costa, durmiendo la siesta junto al mismo río, cuatro calles que lo cortaban partiendo desde la plaza, y más allá, empezaba el campo y las tierras de sembradío. El predio que ocultaba las ruinas era un prado de suaves colinas, atravesado por la huella de arena que bajaba hacia la costa, rodeada de ceibos y aromos en flor, de algarrobos y timboses, bosque natural al que de niños hacíamos nuestras escapadas de la siesta, y escuchábamos los relatos de aparecidos y tesoros enterrados que repetían los mismos chicos y que nos impulsaban a volver al pueblo antes que cayera la tarde.

El hombre se cruzó por primera vez ante nuestra visual de los seis años, mientras jugábamos frente a la plaza en aquellas vacaciones de julio de l949. Lo encontramos tan gracioso que no podíamos aguantar la risa. Ni su aspecto, ni su indumentaria coincidían con los oficios que conocíamos. De botas y bombachas, campera de cuero, con un gorro pasamontañas que lo protegía del frío, decidimos que era un piloto y que en alguna parte había dejado su avión. Dos hombres que respondían a sus órdenes cavaban con palas. Comprendí años después lo que había de gracioso en aquel rostro. Estaba iluminado por el entusiasmo y la resolución.

La barrita lo seguía por las calles, ese juego de cavar en la tierra coincidía con nuestras aficiones infantiles, y queríamos ver que buscaba, y que encontraba. Pero las ruinas no se ocultaban en el pueblo, sino dos kilómetros más al Sur, en el lugar de El Monolito, como se lo llamaba.

Allí dieron su fruto las excavaciones, y tras cada loma, fueron apareciendo los muros de las primeras iglesias y solares. El hombre se instaló en el pueblito, en una casilla de madera que había servido de resguardo de Aduanas, enfrente de mi casa, que le abrió de par en par las puertas. Literalmente, porque eran las grandes puertas de dos hojas de una vieja casona que miraba al río. Venía invitado con frecuencia a comer, a tomar mate, o a pedir "un vaso de agua por el amor de Dios", como le gustaba repetir a voces, desde la puerta.

En la anterior jornada Jorge Reynoso Aldao nos ilustró en una exposición excelente acerca de los matices políticos de la polémica sobre las ruinas, y de la resistencia inicial de los pobladores a las excavaciones, y advirtió antes que tal vez a algunos no les gustaría lo que iba a decir. Por si soy uno de los que le cabe el sayo, declaro que no me disgusta, al contrario, me gusta que la verdad sea dicha, para enseñanza de las cosas que no deben hacerse en política. Desde el ángulo del pueblo en el que me tocó vivir aquellos acontecimientos, deseo agregar que a raíz de la expropiación de los terrenos afectados, muchas familias tuvieron que abandonar sus viviendas sobre el río, y propietarios de campo quedaron sin su capital de labranza y pastoreo, por lo que esa resistencia era en ellos humanamente comprensible.

Paralelamente otros vecinos del pueblo se alinearon junto al hombre y su obra, le brindaron hospitalidad y apoyo. Algunos eran dirigentes locales del partido gobernante, y sin hacer caso a las sugestiones que podían venir de Santa Fe o Buenos Aires, tomaron parte por el descubrimiento y fueron multiplicadores de opinión ante la población, hasta que esta llegó en su mayoría a aceptarlo con orgullo, como es hasta hoy..

Zapata Gollan ya estaba instalado en el predio, viviendo en una de las casas expropiadas, en la que desarrollaba su fecunda labor, y solía venir por las tardes al pueblo a reunirse con estos vecinos para conversar y jugar a los naipes en el Café de la plaza. El era un hombre espontáneo, de los que despiertan profundas simpatías o antipatías. Recuerdo que a su alrededor se juntaban, infaltables, mi padre y don Arturo Cantero, ex - Jefe de policía. Alternativamente eran de la partida el juez y el comisario, Elías y Roberto Gaspoz, Luis Vuizot, Juan Derrier, Pedro Bournissent, el sastre Bendoraitis, que era lituano, y el tendero árabe, don Abraham Sara. Eran partidos risueños, porque el tendero y el sastre con sus dificultades idiomáticas solo sabían usar el tuteo para dirigirse a Zapata Gollan. A veces este le gritaba: "Turco!" a Sara, en vez de "truco", para hacerlo enojar. El pobre don Abraham había sido prisionero de los turcos en Siria, y era lo peor que le podían decir.

Otras tardes solía descansar de su labor en la casa de campo haciendo caminatas hasta la orilla del río, para contemplar la vista desde la barranca, y aprovechaba mi visita para hacer "una clase peripatética", como la llamaba, al estilo de los maestros griegos, es decir, hablando mientras se caminaba por el perímetro, alrededor. Estaba haciendo el secundario en Santa Fe y él interrogaba sobre las lecciones de historia, enseñando a usar la nemotecnia. "Quienes fueron los emperadores de Roma? . Calígula: Cali-gula, de comer. Nerón, el de la lira. Marco Aurelio, un marco áureo, de oro; Vespasiano, ves pasar a un paisano. Quienes fueron los enciclopedistas franceses? Diderot, (hacía girar los dedos), Voltaire, (daba una vuelta con la mano) y D´Alambert, (señalaba un alambre)". Me recomendaba hablar con los viejos vecinos, tomar apuntes, averiguar el origen de las primeras familias del pueblo.

Así, estimulado por su entusiasmo y el ámbito que recorríamos, nació en mí una temprana vocación por la historia. Puede decirse que fui su discípulo, en el aula sin puertas ni ventanas del campo de las ruinas de la Vieja Santa Fe, o en los viajes de regreso a la capital los domingos por la tarde, cuando con su chofer me buscaba para regresar al colegio, en el camión militar canadiense, pertrecho de la segunda guerra mundial, que le había asignado el gobierno, para llevar a Santa Fe las piezas arqueológicas que se iban encontrando.

En esas travesías fatigosas con el camión dando saltos por el entonces camino de tierra, tuve muchas oportunidades de oírle repetir los hitos del camino: La Casa del Conde, Las Cuatro Bocas, La Vuelta del Dorado, Los Cerrillos, Los Olivos, Santa Rosa de Calchines, los Dos Ombués, la Vuelta del Pirata, La Casa de los Cuervos, el Arroyo de Leyes, el Rincón de Antón Martín...

Es muy grato volverlos a mencionar en su recuerdo, enriquecidos, si posible fuera, por el interés posterior que ellos despertaron en mí.

Pero ahora empezaremos al revés, de Sur a Norte, ese recorrido imaginario, como si fuésemos desde aquí hacia las ruinas. Pasaremos Rincón, cuya historia ya es más conocida, y nos detendremos en el arroyo Leyes, el del puente de la polémica que llegó hasta el gobierno y el Banco Mundial, lo que estaba lejos de suponer don Jerónimo Leyes, quien era en el siglo XVIII propietario y morador del campo que dio nombre a este arroyo.

Menos pudo imaginar aquel estanciero criollo, ex-sargento mayor del ejército, que su nombre y su carácter iba a quedar en el recuerdo por la pluma de un hombre que ya anciano, escribía sus memorias desde un lugar de Austria de fines del siglo XVIII, contemplando a través del vitral de las ventanas ojivales del Monasterio de los monjes cistercienses de Zwetl, el paisaje de la campiña de Bohemia bordeada por el río que fluía cantarín desde el Danubio, a unas veinte leguas de la Viena imperial.

A pedido de la congregación monacal que lo cobijaba, Florián Paucke, miembro de la entonces disuelta compañía de Jesús, resumía en más de mil pliegos manuscritos y 105 dibujos y acuarelas primorosamente coloreadas, el recuerdo más preciado de su vida: los años de su misión para predicar el Evangelio entre los indios de América, en la costa santafesina: "Hacia allá y para acá", título que no quiere decir nada, si no traducimos el sentido completo de sus frases: "Hacia allá fui con gozo y alegría. He regresado hacia acá con tristeza y amargura"..... Y decía más adelante: "Por esto y a causa de tantas cosas que tengo en la cabeza, estoy a veces tan distraído que me falta la memoria. Nadie extrañe que yo esté tan menguado de ella, a los 59 años, después de haber padecido tanto calor del sol, las fatigas de muchos viajes, y de 21 años de trabajos en aquel país, sin haber llevado mientras permanecí en él ni un papel, ni siquiera una breve anotación. Más bien me admiro aún de haber guardado tantas cosas que escribo, todavía patentes en mi memoria. Si hubiese abrigado la esperanza de regresar un día a Europa, no hubiese dejado descuidadamente secar mi pluma, pero entonces mi propósito era permanecer para siempre con mis indios. Nosotros, los jesuitas, en especial los nativos de países alemanes, sabemos cuan empeñosamente solicitamos a nuestros superiores poder partir hacia aquellas regiones paganas, y quedar así voluntariamente muertos por completo para nuestra patria". (21)

El padre Paucke menciona a Jerónimo Leyes como uno de sus primeros amigos criollos en la costa, quien lo acompañó en la fundación de San Pedro, y ante cuya casa no podía pasar cuando iba a Santa Fe con sus indios sin tener que bajarse a comer y conversar. Ante la orden del Rey de expulsión de los jesuitas, Paucke relata así el triste episodio de su partida desde San Javier, junto a los misioneros de San Pedro, escoltados por los Comisionados del Rey y sus soldados, además de los indios encabezados por el cacique Nevedañac, que habían insistido en acompañarlo en el viaje, con la esperanza de obtener de las autoridades su retorno: "Cuando nuestras carretas comenzaron a partir de nuestro pueblo, comenzó en la aldea el llanto, y tanto, que también a los diputados les corrieron las lágrimas desde los ojos. Todos cabalgábamos a caballo, desde todos lados los indios gritaban a los misioneros: "Andad y viajad padres, pero volved pronto". El pueblo entero estuvo parado en la plaza, chicos y grandes en la mayor pesadumbre. Aletín, que en lugar de Domingo (Nevedañac), se había hecho cargo del cuidado del nuevo sacerdote, quiso acompañarme también , pero tras largo ruego retornó; sus últimas palabras fueron: "Yo agradezco Padre la compasión y misericordia que tú me has demostrado y he de recordarla hasta que llegue mi muerte. Anda, pero en poco tiempo vuelve".

Llegamos al contorno de la ciudad de Santa Fe con nuestros carros que llevaban nuestros baúles y camas. Cuando llegamos a la estancia del señor Sargento Mayor don Hieronymo Leys (de quién como buen amigo mío yo he escrito en la construcción de la reducción de San Pedro), estaba sentada ahí delante de la puerta de la casa toda su familia en completo llanto y lamento; ellos golpearon las manos por sobre las cabezas; era doloroso contemplarlo; querían que nos detuviéramos ahí por un rato pero nosotros no tuvimos permiso de hablar ninguna palabra y pasamos por delante de ellos. El señor don Hieronymo corrió a caballo tras nosotros y rogó a los diputados que dieren permiso para que él pudiera decirme siquiera una palabra pero no obtuvo permiso pues ellos alegaron no poder dar ninguno, lo que sería contra la orden del rey. Tal mentira era en realidad bien española, y así apareció española a cada uno, por lo tanto debimos mirarnos el uno al otro y con lágrimas deplorar nuestra aflicción."

Parece un valor entendido entre ellos que el español mentía muy seriamente. "Al rato llegó tras nosotros un enviado por la mujer del señor Hieronymo con una medida hecha de cuero que fácilmente podía contener dos celemines de trigo; en esta medida ella mandaba para todos nosotros diez y ocho chorizos largos secados al aire y aún otros gruesos cuartos de cerdo, no secados a manera de jamones en la chimenea sino al aire. Obtuvimos sin embargo el permiso de aceptar todo esto aunque el comandante había amenazado que quien hablara con nosotros o nos alcanzara algo sería detenido en seguida como preso y enviado para la ciudad a la cárcel. Oh, cuan estólidamente entendió la autoridad paracuaria el mandamiento del rey!"

Así, por las memorias de Paucke escritas desde Austria en el ocaso de su vida, nos enteramos quien fue aquel señor criollo que dio su nombre al arroyo Leyes.

Apenas transponemos el Arroyo hacia el Norte, desde sus mismas estribaciones y hacia el lado del río, adonde el Colastiné forma un recodo, se divisa lo que queda de la llamada "Casa de los Cuervos", que quedó inmortalizada en el título de una novela de Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría), la que se basa en hechos reales, ocurridos en Santa Fe, durante los años l877 y l878, de revoluciones contra el gobierno autonomista.

En la casa habían criado una pareja de cuervos, que dormían entre los arboles del parque que rodeaba la misma, y solían acompañar al capataz cuando se repuntaban las ovejas, ayudando a arriarlas a picotazos. Cuando dejaban escuchar cada tanto sus graznidos, se decía que anunciaban una desgracia. "Cría cuervos, y te sacarán los ojos". Han escuchado ese viejo refrán? Si se las cría de pichones, alimentándolas de la mano, estas aves de hacen mansas, y siguen en vuelo a sus amos cuando salen a caballo hacia el campo. Pero si el dueño llegara a tener algún accidente, a rodar con el caballo y quedar herido o desmayado por tierra, a esos animalitos les surge el instinto y caen sobre él como lo hacen con cualquier otra presa moribunda, picándole en primer lugar los ojos, que le arrancan, para proseguir después con el resto del cuerpo. A veces se hacen favores, se ayuda, se da sustento a gente, que después nos paga ingratamente, traicionándonos, hablando mal de nosotros, atacándonos desde el lugar que menos lo esperábamos. No hay que sorprenderse de esto. Es natural, el favor crea una atadura para el que lo recibe, y puede ser que tarde o temprano, aún inconscientemente, esté dispuesto a volverse contra quien lo favoreció. Tal vez no hemos tenido en cuenta el consejo de la poesía española: "Si das, da solo por darlo / que no es don, el que es intento/ y no temas que haya ingratos/ que es parte de merecerlos". Por lo tanto, si damos ayuda, convenzamos al otro que no nos debe nada, y que vaya tranquilo. La gente odia que le recuerden favores y por eso es tan común la ingratitud. No hay que enojarse por ella, sino repetir el refrán: "Cría cuervos, y te sacaran los ojos."

Bueno, la novela de Hugo Wast, que fue llevada al cine, personifica en el capitán Insúa a un personaje real, Francisco Iturraspe, que derrotado en una revolución en la batalla de Los Cachos, fue recogido herido por el Leyes en una canoa en que paseaba la hija del señor de la Casa de los Cuervos, en donde fue curado y allí nació un romance con aquella, para luego organizar una nueva revuelta al año siguiente, l878, desapareciendo realmente en la acción, sin que se encontraran nunca más sus rastros.

Pero esto nos lleva a la historia de otro hito en el camino de la costa.; la casa de Iturraspe y el combate de Los Cachos, a los que nos referiremos más adelante en nuestro itinerario.

A escasa distancia de la Casa de los Cuervos, un poco río abajo, está "La Vuelta del Pirata", sobre un recodo que traza el río, se ha formado una nutrida población de casas de fin de semana. Debemos confesar que no hemos conseguido averiguar el origen de esta designación, que viene sin duda de la época colonial, o de la independencia. Por esas aguas, según los tiempos, pirata era el portugués, pudo ser francés o inglés en la etapa de la Confederación, y pudo ser español, cuando la escuadra real depredaba las costas santafesinas hasta que la derrotó San Martín en San Lorenzo.

Luego vienen Los Dos Ombués, lugar de un antiguo asentamiento de indios, y cuyas copas se tocaban formando un verdadero arco de entrada a la costa, que alguna vez hubo que defender de ser arrancados ante el trazado de la ruta pavimentada, pero que hoy casi ya no existen, y un solo retoño queda de ellos. Sería justo plantar otros nuevos, ya que Los dos ombúes, que fue también posta de carretas, siguen dando nombre al Paraje.

Y llegamos a Santa Rosa de Calchines. Cuando Juan de Garay funda la ciudad en Provincia de Calchines y Mocoretaes, los primeros se encontraban al Sur de la primitiva ciudad, su hábitat iba hasta El Leyes, y del San Javier hasta Los Saladillos, agrupados sobre las grandes lomas del pueblo actual y de Los Cerrillos a los Periquillos, donde asoman los restos de su alfarería.

Luego de la expulsión de los jesuitas, las guerras de la independencia primero, y las guerras civiles después, habían desguarnecido de tropas los fortines y los indios bravíos empujaron la frontera por la costa hasta llevarla a las puertas de la misma Santa Fe. Los Calchines, ubicados en un punto estratégico para la penetración de las invasiones, serían trasladados por el gobierno a los suburbios de la ciudad de Santa Fe. (22)

El pacto Federal del 4 de Enero de l83l, la captura del General Paz en l832, y la derrota posterior del General Lamadrid, aseguraron un interregno de paz que permitió a las provincias confederadas enfrentar en común los malones indígenas.

En cumplimiento de un plan confederado, el general Rosas hizo la campaña desde Buenos Aires hacia el sur, y en un movimiento de pinzas combinado con tropas de Córdoba y Cuyo, logró adelantar la frontera hasta los ríos Negro y Colorado y la Isla Choel - Choel. Simultáneamente el General López se movía con tropas hacia el Norte, enfrentando las tribus hostiles en varios combates que tuvieron por escenario el albardón costero, y los cautivos y sus familias quedaron bajo el cuidado de franciscanos y la custodia de un cantón militar, sobre el Calchines, como se llama al Arroyo que riega el lugar, al poniente del río San Javier.

Una tribu completa que acampaba en Los Algarrobos fue sorprendida y se rindió a los soldados del Brigadier, reduciéndose también a poblar en el Calchines. Otra tribu, de los antiguos mocovíes reducidos en San Javier, que había vuelto a alzarse contra los santafesinos, convino las paces con el gobernador, y vino también a este nuevo pueblo, donde el gobernador López les proporcionó chacras y provisiones para que pudieran sustentarse. Así es que a la obra del Brigadier se debe la fundación del pueblo de Calchines, ocurrida entre los años l832 al 34, incorporando estos indios al servicio del fortín. El general López falleció en l838 afectado en los pulmones por una mojadura que soportó durante esas campañas.

Casi veinte años mas tarde, corriendo el año l857, existían según el informe del misionero a cargo de esta población, unas tres mil almas en el lugar, número de importancia si se tiene en cuenta que para esa época, la población de Santa Fe capital era de siete mil habitantes (según censo de l850).

Un nuevo poblamiento con nueva traza y reparto de solares se realizó en 1860, engrosada la población con familias criollas por proyecto del Gobernador Rosendo Fragua y efectividad durante el gobierno de Pascual Rosas. Entonces se dio al pueblo el nombre de Santa Rosa. (23) No nos cabe duda que como afirma Lassaga recogiendo la tradición de esta ciudad, con la imposición de este nombre se haya querido honrar a la dama santafesina Rosa Echagüe de Funes. Pero este habrá sido un motivo más bien secundario y el principal debe buscarse para no repetir sin procesar los datos históricos, en la intención que tuvo el primer misionero de ese pueblo, de poner a sus pobladores bajo la advocación de la Santa Patrona de América, protectora de criollos e indígenas.

Ese sacerdote fue Fray Antonio Rossi, constructor del templo que se ve desde la ruta, frente a la plaza del pueblo, quien estaba espiritualmente ligado a la devoción de la Santa americana. Nacido en la península itálica y formado en la orden franciscana, fue enviado muy joven en misión religiosa al Perú, internándose a predicar el Evangelio entre los pueblos indígenas del Ucayali, río tributario del Amazonas. La conseja popular de ese país repetía los hechos de la vida de la hermosa limeña que fue Isabel Flores de Oliva, nacida en 1586 en la ciudad de los Reyes y milagrosa desde la cuna. Sus cabellos irradiaban una claridad visible por las noches. Sus manos hacían asombrosos bordados y sabían cultivar rosas y flores, pero sobre todo, iban en amparo de los indios y cholos oprimidos de su tierra, buscando techo a huérfanos y ancianos, y cuidando los postrados por males incurables, que sentían que emanaba de su ser una fragancia capaz de apaciguar el alma y sanar el cuerpo de los enfermos.

Sin saberlo su aristocrática familia, tomó secretamente el hábito de dominica, con el nombre de Rosa, y después de su muerte, acaecida en 1617, habían llovido pétalos de rosa sobre el obispo español que dudaba de su don de santidad.

Tres siglos más tarde, Lima era liberada del yugo español por el ejército aliado argentino-chileno y San Martín, como jefe del gobierno revolucionario, proclamó la independencia del Perú y designó a la Santa como tutela de la Orden del Sol, institución por él creada en memoria de los Incas para estímulo de los civiles y militares destacados en servicios a la causa de la Independencia, y la recomienda al Congreso Constituyente como Patrona de la Libertad de América, el que la declara tal.

Aún perduraban los ecos de la formidable lid por los valles y cumbres peruanas, cuando el joven Antonio Rossi fue a predicar la palabra de Cristo entre los indios del Ucayali bajo la advocación de la Santa, durante los 18 años que duró su misión.

Después la orden dispuso su traslado al convento de San Carlos en San Lorenzo, y entre aquellos muros, que encerraban los ecos del primer combate de San Martín y sus soldados por la libertad del continente, pasó el monje 15 años de su vida en oración y recogimiento.

Hasta que en 1860 fue designado Prefecto de Misiones del Norte, haciéndose cargo de la reducción en el Calchines. Quién más indicado que ese fraile, impregnado de la tradición guerrera y religiosa de América, para traer a los indios y criollos de la costa santafesina, la devoción de la santa nativa que dio nombre al pueblo...

Fray Antonio puso los cimientos y fue el arquitecto del templo y aulas para la enseñanza que a partir de ese momento empezó a construir con la ayuda de los pobladores nativos, indios y criollos, recibiendo como donativos la imagen de Santa Rosa y al altar mayor, que tiene grabado el sol incaico, y que según la tradición llegó desde el Perú hasta el puerto.

Más tarde fray Antonio fue trasladado hacia el Norte, a la reducción de San Javier, y desde allí siguió atendiendo Santa Rosa. Sobre la base del mismo proyecto de construcción levantó el templo de San Javier, quedándole una de las torres sin terminar. Son construcciones gemelas y de las más antiguas que quedan en pie sobre la región. El fraile recorría a caballo la distancia de muchas leguas que mediaba entre ambas reducciones. (24)

Los indios que alzaron las paredes del templo y habitaron el pueblo de la Santa Rosa, fueron más tarde perdiendo las chacras y posesiones aledañas en favor de los compradores de tierras, entregándolas por deudas a los comerciantes, o vendiéndolas más tarde a los agricultores extranjeros que vinieron inicialmente como arrendatarios de las estancias. Así el sitio fue perdiendo para los descendientes de los habitantes primitivos, la originalidad del destino civilizador que en su principio habían querido darle sacerdotes y gobernantes.

El espíritu nativo vibra aún al caer la tarde en las calles del pueblo que por vez primera fundara el Brigadier, y en las tapias conventuales que asentaron los indios y los criollos para albergar la imagen de la santa limeña, en ese templo que alguna vez fue sueño en el candor de un misionero, y hoy levanta entre el rumor de las quintas y el silencio de las islas sus encalados campanarios, irradiando en las noches claridades, que se extienden por los campos como lluvia de rosas cuando soplan las brisas del amanecer.

Cinco kilómetros más al Norte, siguiendo por la ruta, hacia el Oeste, está la estancia que fuera de Iturraspe y que hoy se llama "Los Olivos", reformada ya la casa primitiva.

El dueño José Bernardo Iturraspe no participaba de las revoluciones, pero los encargados tenían orden de proporcionar a los hermanos lugar para guardar las armas y carnearle reses para las tropas, que en ese punto se concentraban para marchar sobre Santa Fe, a tomar la casa de gobierno (el cabildo para ser más preciso).

Hacia el fondo del campo, por el poniente, tuvo lugar la batalla de los Cachos, que era el paso que daba el Saladillo para llegar por otro lado a Santa Fe. Corría el año 1877, en la costa se habían fundado nuevas poblaciones y colonias que se extendían hacia el Norte, con inmigrantes extranjeros: Cayastá, con suizo franceses, Helvecia, con suizo alemanes, Colonia Francesa, con franceses, Colonia California, al norte de San Javier, con norteamericanos, Colonia Galense, con colonos del país de Gales, Colonia Alejandra, con ingleses y valdenses de origen protestante, y Romang, también con suizo alemanes. (25)

En la política santafesina se enfrentaban la fracción autonomista o iriondista, por ser el Dr. Simón de Iriondo su caudillo, y la fracción liberal, llamada oroñista o cullista, por ser Nicasio Oroño al Sur y Patricio Cullen al Norte sus orientadores, respondiendo a su vez cada una a líneas que oscilaban y se entremezclaban a veces en el plano nacional. (26)

El autonomismo detentaba el poder desde que derribara del gobierno a don Nicasio Oroño mediante una revolución en 1867, y este a su vez siendo senador nacional, no dejaba de conspirar contra los posteriores gobiernos autonomistas, con el propósito de recuperar la hegemonía.

Los proyectos de colonización oficial que promovieran Cullen y Oroño desde el gobierno, habían resultado benéficos para los inmigrantes de la costa, y esto les seguía valiendo su apoyo. Además el ex -gobernador era su amigo, que solía llevar los hijos de los colonos suizos a pasear en su estancia de San Patricio, o Estancia Grande.

Durante el último año del gobierno autonomista de Servando Bayo, se preparaba el traspaso del poder a Iriondo otra vez. Las colonias padecían una crisis económica que se vio agravada por nuevas exigencias fiscales. Las contribuciones impositivas eran mal soportadas por los colonos, que las veían casi como signo de vasallaje y de despojo de la propiedad que con tanto esfuerzo lograban adquirir y conservar.

La disconformidad no alcanzaba a encauzarse por medio del sufragio, pues el sistema electoral estaba montado sobre la base del fraude y la intimidación, práctica corriente entonces en las provincias argentinas. Así la oposición, impedida de acceder al poder por las urnas, capitalizaba el sentimiento de rebeldía de los extranjeros, y apelaba una vez más al recurso de las armas. (27)

Oroño se había asegurado en Buenos Aires el apoyo del Ministro Alsina para el caso de triunfar la sublevación, que tenía sus conexiones en el resto de la provincia, pero que finalmente solo estallaría en el Norte. En marzo de l877, Cullen partía de la Estancia Grande sublevando la campaña junto a sus peones armados, y confluía hacia el pueblo de San Javier, junto con Gaspar Kaufmann que encabezaba los suizos de Romang, y Thomas Moore, que conducía los colonos de Alejandra, Galense y California. Tomaron el pueblo apresando al Juez de Paz, dominando la policía y apoderándose del armamento. La caballería se formó con criollos e indios de San Javier, al mando de quien se proclamó su comandante, Ramón García. Siguieron luego a Helvecia, donde se les unieron suizos - alemanes que ya estaban convenidos con Kaufmann, y criollos que respondían a Francisco Iturraspe - personaje central en la novela "La Casa de los Cuervos"- quien era el segundo de Cullen en la rebelión. (28)

Iturraspe decidió adelantarse con una columna de caballería y algunos infantes extranjeros abandonando el camino real antes de llegar a Santa Rosa, partiendo hacia el poniente desde la casa de su familia en el campo, a fin de engañar a las tropas del gobierno que habían salido a su encuentro. Esta parte de los rebeldes, entre los que avanzaban Moore, Kaufmann y sus compatriotas, se encolumnó en dirección al Saladillo, para cruzar en canoas por el paso llamado de Los Cachos. Es hasta hoy el único lugar adonde hay arena en el lecho para poder cruzar. Hacía los costados, los caballos se empantanan en el barro. El propósito era llegar por ese lado a Santa Fe, donde el grueso de las tropas podrían tomar el cabildo, sede del gobierno.

Pero éste tuvo noticias de la rebelión y sus desplazamientos, y destacó la vanguardia de un batallón, de modo que al llegar al vado las tropas de Iturraspe y los inmigrantes fueron recibidas por una descarga cerrada de artillería ligera y de los Remington de la caballería de línea, que se había parapetado en la orilla opuesta tras unas pilas de leña.

No se arredraron los revolucionarios y rodilla en tierra respondieron al fuego con sus Remington y Vetterlys, y comenzaron a forzar el paso en canoas con el apoyo del fuego de los fusileros al mando de Kaufmann y Moore. (29)

Hubo bajas de los dos lados en esa batalla que se prolongó varias horas de orilla a orilla, hasta que cayó la noche y se acallaron los disparos, pues se habían terminado las balas en ambos bandos. ¿Qué pasaba en cada banda del arroyo? . Si bien las tropas del gobierno habían llevado la peor parte en el tiroteo, habían logrado evitar el cruce del Saladillo, y diezmadas, decidieron abandonar silenciosamente el paso aprovechando la oscuridad. Del lado rebelde, Iturraspe quedaba gravemente herido como consecuencia de la refriega, y desanimados los paisanos que lo acompañaban, se negaron a pasar adelante sin su jefe, cuando era ese el momento propicio para seguir el avance.

Al no contar con el apoyo de la caballería criolla, los colonos no tuvieron más alternativa que intentar la retirada hacia sus poblaciones, dividiéndose en patrullas que marcharon protegiéndose por entre los montes.

Cullen, por su parte, que avanzaba por el camino real con el grueso de las tropas, llegaba a la madrugada siguiente a las casas del campo de Iturraspe en el Calchines, y al anoticiarse de la conversión de su marcha, se encaminó también hacia Los Cachos. Pero al aclarar el día no se encontró como esperaba con los compañeros, sino frente al coronel gubernista Francisco Romero y Esquivel, que advertido por los dispersos de la noche anterior, lo esperaba para atacarlo al este del Saladillo, desplegando en orden de combate quinientos hombres de la caballería de línea, entre ellos, algunos criollos e indios baqueanos de Santa Rosa.

Aunque Cullen tenía solo unos doscientos jinetes bisoños, más unos cien infantes extranjeros, sus tropas acometieron con furia a las del gobierno, pero pronto la lucha se inclinó a favor de estas, y los rebeldes fueron arrollados y perseguidos. (30)

Un grupo de soldados se desprendió en persecución de don Patricio, que huía hacia el Norte escoltado por su ayudante. Cuenta la tradición del lugar que aquél preguntó quienes eran sus perseguidores, y éste se los nombró, siendo jóvenes criollos de Santa Rosa, y a la vez lo instó a castigar su caballo, que comenzaba a cansarse. "Pero no, qué me van a hacer - habría contestado - si esos muchachos se han criado conmigo!. Apurate vos, vos tenés que salvarte." .Más al Norte su caballo se pasmó, al llegar al monte cerrado de una isleta denominada Las Estacas, y alcanzado el jinete por sus perseguidores, fue lanceado y degollado. (31) (Ven, otra vez el refrán: "Cría cuervos...)

El cuerpo del caudillo, que había quedado desamparado en el campo, fue conducido más tarde en carro hasta el San Javier, frente a Santa rosa, y de allí en canoa, cubierto por camalotes, hasta Santa Fe, donde el gobierno deploró oficialmente la ejecución y le decretó las honras fúnebres correspondientes al rango de gobernador. La batalla dejaba como saldo diez colonos muertos y muchos heridos de gravedad y prisioneros.

Visto a la distancia, este movimiento puede considerarse precursor en Santa Fe, de un largo proceso revolucionario en que criollos y extranjeros intervendrán juntos en demanda de participación política y libertad, hasta obtener el gobierno años después, con el partido que nació como "Unión Cívica". (32)

Siguiendo nuestro itinerario hacia el Norte, encontramos cerca del camino La estancia de Los Cerrillos. Sobre el río, dos pequeños cerros ya erosionados que estuvieron rodeados de antiguos olivares, son los que dan el nombre al paraje. Sobre una península que parece meterse en las islas, el lugar debe haber llamado la atención a don Juan de Garay, quién al otorgar los títulos de tierra, toma, entre otros lugares, éste que dice: "Tomo y señalo para mí y para mis herederos una cuadra desde una vega de un anegadizo que hace por el bajo de esta dicha ciudad, la cual dicha cuadra ha de estar y ser sobre un alto cerro, el más alto que hay camino desta dicha ciudad que está en el camino de los Calchines". Se trata sin duda del más alto de los cerrillos. No hay otra elevación a la que pueda llamarse tal en el camino de los Calchines a Santa Fe la Vieja. ¿Habrá pensado el fundador construirse un solar en ese lugar, rodeado de olivos, naranjos y viñedos que cuidarían sus indios encomendados? (33)

En nuestra marcha por la ruta llegamos a la Vuelta del Dorado, otro meandro del río, donde existiera un fortín custodiado por soldados pues ese camino era el corredor por donde solían penetrar los malones hacia Santa Fe, y allí comienza también el campo que fuera de los Condes de Testares -Boisbertrand, fundadores del pueblo y la Colonia de Cayastá.

Pasamos por el Paraje de la Cuatro Bocas, allí donde se cortan en cruz dos caminos reales y donde tuvo lugar El Combate de Cayastá, en el que murió otro gobernador de Santa Fe, Mariano Vera, y el último de los hermanos Reynafé, gobernador de Córdoba.

Corría el año 1840. Lavalle iniciaba desde Corrientes su marcha contra Rosas. Mariano Vera se desprendía con una columna desde Corrientes para sublevar el litoral, acompañado por Francisco Reynafé y el respaldo del gobernador Ferré y del General Lavalle. Estos contaban a su vez, con el apoyo de la escuadra francesa surta en Montevideo, que desde 1838 bloqueaba el río de la Plata, y en esos momentos invadía el Paraná, en liso atropello a la soberanía.

Seguía la disputa de federales y unitarios en una larga guerra civil. Algunos partidarios de la última fracción, que conspiraban exiliados desde el Uruguay, habían conseguido la protección gala, y alentaban a hombres de armas para que se levantasen contra Rosas, quién resistía el bloqueo representando a la confederación Argentina. Tales sugestiones habrán decidido a Vera, ex gobernador de Santa Fe y sostenedor del federalismo, a moverse desde su retiro porteño con hombres de la divisa opuesta, llevando quizás otros motivos, como u altivez frente a la influencia absorbente del Restaurador, y la oportunidad que tenía de recuperar el poder que, más de 20 años atrás, Estanislao López le arrebatara en Santa Fe. El cordobés Reynafé intentaría lo mismo en su provincia, esperando también revertir la sentencia de muerte que pesaba sobre él por el asesinato de Facundo Quiroga.

Desde Europa, ante el cuadro de la invasión foránea y la discordia de los emigrados del país, un guerrero conmovido en sus fibras ofrecía el sable al servicio de la Confederación. Conociendo las miras de la potencia imperial, y viendo amenazada la emancipación de América, José de San Martín, que empeñara su vida en la Independencia, cerraba el ofrecimiento expresando: "La conducta (de Francia) puede atribuirse a un orgullo nacional cuando puede ejercerse contra un Estado débil..... pero lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido, se unan al extranjero para humillar a su Patria, y reducirla a una condición peor, que la que sufríamos en tiempos de la dominación europea. Una tal felonía, ni el sepulcro la puede hacer desaparecer". (Carta dirigida a Rosas, fechada el 10 de julio de 1839).

Como al impulso enérgico de esas palabras, el 26 de marzo de 1840, la tierra solitaria y adormecida en Cayastá, despertó de la siesta temblando bajo los cascos de corceles y sintiendo al río repetir sones de alaridos y clarines.

Escoltados por barcos franceses que se avistaban en los arroyos profundos, los soldados unitarios habían llegado hasta el lugar, comandados por Vera, y acampaban aguardando la adhesión de los calchines, tribu asentada más al sur, cuyos indios de lanza solían engrosar los ejércitos del General López, y entonces reforzaban la guardia apostada en el fortín de la Vuelta del Dorado. Con el fin de conseguir a estos aborígenes, los invasores traían al jefe de sus parientes mocovíes del San Javier, cacique Navitaquín. Pero cuando fue librado a su albedrío, el cacique siguió de largo para alertar al gobernador Juan Pablo López, quién poniéndose en marcha con su escolta buscó a los rinconeros, incorporó a los calchines de su lado, y cargó de improviso sobre los unitarios, sorprendiéndolos completamente. Estos se retiraron en desorden. Mas el jefe, arraigado en su estirpe, no pudo retroceder. Vera quedó peleando solo, hasta que lo exterminaron a lanzazos, dejando desamparados sus despojos. Mientras, Reynafé buscaba la muerte antes que se la diera el enemigo, ahogado al desbarrancarse a caballo bajo las aguas del Quiloazas.

La escuadrilla de los buques extraños, después de recoger algunos soldados de la tropa desbandada, se alejaría de aquellas barrancas, empujada por la corriente. (34)

Se remitió a las demás provincias el parte de la victoria. El gobernador de Santa Fe fue condecorado por el de Buenos Aires. Estableciendo en sus considerandos que el combate era un triunfo de las armas confederadas sobre la intervención extranjera, dictó el General Rosas un decreto que ordenaba grabar medallas con inscripciones patrióticas, y las mandó para que las llevasen en sus pechos los vencedores de Cayastá.

Los fragores de esa guerra se habían apagado ya por el campo de la lid, cuando veintisiete años más tarde - ignorando sin duda el episodio - recibían su posesión los de Tessières-Boisbertrand, para hacerlo servir al trabajo en paz de la agricultura, y al tranquilo pacer de los ganados.

Y así llegamos por último a la casa del Conde, apenas a dos kilómetros de las ruinas. De sencillo tipo colonial, con techo de teja francesa, se enclava casi sobre la barranca, separada apenas por el viejo y rumoroso Quiloazas del tapiz fresco de las islas cercanas.

Zapata Gollan me había aconsejado ahondar en la tradición popular sobre la fundación de Cayastá, recabar los objetos y recuerdos de los descendientes de las primeras familias de la colonia, y aunque durante los estudios universitarios me había apartado del influjo de su fuerte personalidad, que no se avenía con el afán de independencia de una juventud que a todo se atreve y ensaya desligarse de toda tutela, sin embargo a la distancia seguía su consejo, hablando con los antiguos pobladores, y buscando en el Archivo de los Tribunales, en el Archivo Histórico y en las Actas parroquiales, todo lo conducente para fundamentar un bosquejo de la historia del pueblo fundado por los Condes. En ese entonces recibí el apoyo de dos personas: Catalina Pistone, que dirigía el Archivo Histórico, y Jorge Reynoso Aldao, que me estimuló a publicar el resultado de las primeras investigaciones. En l967, al cumplirse los cien años de la fundación del pueblo, la Universidad Nacional del Litoral editó el trabajo que se tituló "La muerte del Conde", que es como designaba la tradición popular al hecho trágico del asesinato de Edmundo, único descendiente del fundador, el Conde Juan Bautista León de Tessières-Boisbertrand. El primer ejemplar con una dedicatoria, se lo envié a Zapata Gollan, que se encontraba en España desde hacía casi un año realizando investigaciones en los Archivos de Indias. Muy pronto recibí su respuesta, la que conservo y nunca di a conocer por considerarla algo personal, pero siendo esta charla destinada a destacar su memoria, parcialmente la voy a leer, pues demuestra hasta que punto le gustaba poner el acento del espíritu en el amor al terruño. Dice así:

"Querido Ricardo: Al volver a Madrid desde Simancas y otras ciudades de Castilla la Vieja, me encuentro con la agradable sorpresa de tu interesante, bien escrito y bien documentado trabajo sobre La Muerte del Conde, que además está muy bien impreso, como siempre lo hace la imprenta de la Universidad. Te felicito y me alegro de que inicies tus actividades dentro de la historia, dedicando tu atención y tu cariño al pueblo donde naciste.

"Dentro de unos días volveré a Cayastá, que recuerdo siempre, adonde espero trabajar con el material reunido durante un año en archivos y bibliotecas de España. Desde lo alto de El Escorial contemplaba por la tarde y con cierta melancolía, un paisaje que me recordaba al que contemplaba desde la margen del Quiloazas cuando el sol del poniente iluminaba la costa entrerriana. He recordado a Cayastá y a todos sus vecinos muchísimo más de lo que ustedes puedan imaginar". Los párrafos que siguen no tienen relevancia para el caso, nombra a cada uno de los miembros de mi familia deslizando alguna broma de las que tenía costumbre, y termina con una despedida muy afectuosa.

Ya Jorge Reynoso ha efectuado un anticipo sobre estos Condes franceses que fundaron Cayastá, con colonos suizo - franceses El padre León, exiliado político a raíz de las persecuciones desatadas en Francia durante el reinado de Napoleón III, era a su vez hijo de Esteban de Tessières, Comendador de la Orden de San Mauricio y San Lázaro de Cerdeña, Consejero de Estado y Oficial de la Legión de Honor. Había estudiado letra, leyes y teología en Avignón, medicina y anatomía en Montpellier, y servido al ejército francés en combates contra Austria y Prusia. Por las posiciones que había ocupado en Francia, León tenía el porte firme de un militar de alto rango, el don de gentes propio de su formación aristocrática, y el carácter de hombre acostumbrado al ejercicio del poder. Pero a esas cualidades sumaba otras que no es frecuente ver unidas a las primeras. Estaba dotado de paciencia y piedad, que lo impulsaban a la ayuda de sus semejantes. Su escudo de armas lo obligaba a defender a desposeídos y perseguidos, y las ordenes medievales a que pertenecía, a dar hospitalidad y curar a los enfermos. Para esto preparaba él mismo recetas homeopáticas y debía llevar una vida monástica, con ayunos y oraciones, que le permitían sanar ciertos casos mediante la imposición de manos, siguiendo remotas tradiciones cristianas. San Mauricio era también un caballero sanador. León, cuyo sepulcro se venera en el monasterio que lleva su nombre en Suiza, murió en su estancia de Cayastá añorando volver a su patria y al esplendor de la monarquía borbónica, con la que tenía vínculos de sangre. Su hijo Edmundo prosiguió con sus hábitos y deberes cristianos. Además de practicar las artes marciales, era excelente tirador y maestro de esgrima. A los ocho años, en su palacio del Condado de Boisbertrand, había comenzado a aprender esgrima con el maestro Antoin de Perigueaux, famoso espadachín de Francia, y siendo Edmundo aspirante a oficial del ejército , asombró a sus superiores por su destreza y técnica fuera de lo ortodoxo en el manejo de la espada, superando en encuentros de práctica a los maestros del ejército, cuando contaba con sólo dieciséis años. Un monje mendicante que fue acogido en el palacio dejó escritas para la familia varias predicciones, entre ellas, que Edmundo sería muerto en su casa por su propia espada. Esta profecía se cumplió en Cayastá, al asesinarlo unos compradores de hacienda de Santa Rosa, a quienes había dado albergue en una noche de tormenta. Nunca apareció el tesoro que habían ido a robar los asaltantes, y que según la tradición de la familia, provenía de la venta de grandes extensiones de tierra realizada por los nobles antes de exiliarse.

Y aquí terminan los hitos del camino a Santa Fe la Vieja que solía mencionar Zapata Gollan, y ya no os entretengo más.

Quizás encontréis muy apretada esta síntesis de afanes y desdichas que han quedado a la vera del camino. Pero la historia es lo que queda de la vida, y tal como en ella, se ve que los hombres nunca están donde quieren estar.

El hidalgo Juan de Garay quería estar en Buenos Aires para dar una nueva puerta a esta tierra, sin saber que estaba fundando la capital de la República, pero quería volver a su hogar de Santa Fe, mientras planeaba una expedición a la ciudad de los Césares, y quizás soñaba con descansar de sus fatigas de caballero andante, con un solar y un huerto junto al río en lo más alto de Los Cerrillos. Pero se lo impidieron la traición y la muerte.

Los nobles de Tessières Boisbertrand añoraban retornar a Francia y al lejano esplendor de la monarquía legítima, pero la muerte y la traición los sepultaron para siempre en el cementerio de Cayastá, donde descansan sus restos venerables.

Mariano Vera y Francisco Reynafé marchaban a recuperar el poder en sus provincias, pero quedaron por el camino de la costa en el combate de Cayastá.

Patricio Cullen quería tomar el gobierno de Santa Fe, pero la suerte le atajó el paso en la batalla de Los Cachos.

Hoy el camino es ya la ruta del Mercosur, donde autos veloces y camiones de gran porte ruedan continuamente sobre el pavimento. Pero es bueno que hayamos detenido esa prisa de devorar kilómetros para rememorar las ricas páginas de nuestra historia que nos señalan estos hitos, que nos hablan de personajes que no vivieron para las tonterías tras las que suelen andar los hombres.

Entrecierro los ojos y veo aquel franciscano Fray Antonio Rossi entronizando en la costa la patrona de América para indios y criollos, y levantando aulas y campanarios al cielo.

Me surge, al trasponer el arroyo en una punta del camino, la visión de aquel otro misionero jesuita que vino a hacer de la costa su patria y a vivir para siempre entre los indios, y que expulsado del Río de la Plata, escribía sus memorias, frente al paisaje de Bohemia, muy cerca de la Viena de los emperadores, mientras evocaba su partida por el camino de la costa acompañado por sus fieles mocovíes y escoltado por los soldados del rey, y recordaba a su amigo Leyes, rogando a los guardianes que detuvieran el paso de los exiliados entre el llanto de su familia, cabalgando tras ellos para intentar dirigirle unas palabras, no pudiendo brindarse ambos, más despedida que el mudo lenguaje de sus lágrimas. Y persiguiéndolo después el enviado de la señora de Leyes, en desafío a la autoridad real, para entregarle su maleta de chorizos y jamones para el viaje , ultimo obsequio de la criolla hospitalidad santafesina.

Y por la otra punta de este camino de nostalgias que hemos recorrido, me quedo con la imagen de aquel otro hombre solitario que una tarde desde lo alto de El Escorial, ante la misma escena que contemplaran los grandes de España, recordaba con afecto a los vecinos de Cayastá, y evocaba melancólico el paisaje de las barrancas entrerrianas iluminadas por un sol del atardecer, frente a los muros donde naciera la Provincia, que el había sacado a la luz, para lección y orgullo de los santafesinos.

Notas:

(20) Ricardo Adolfo Kaufmann Abogado, catedrático y escritor argentino nacido en Cayastá. Reside actualmente en Santa Rosa de Calchines. Miembro de la Junta Provincial de Estudios Históricos, de la Sociedad Argentina de Historiadores, del Centro de Investigaciones Genealógicas y Sociales de Santa Fe y de la Asociación Santafesina de Escritores, actual Presidente de la Asociación Conmemorativa de la Primera Yerra. y de la Fiesta Provincial de la Doma. Ex Camarista y Senador Provincial.
(21) PAUCKE, Florián, "Hacia allá y para acá" T. III; pág. 163; T. III, 2° parte, pág. 242. Publicación de la Universidad Nacional de Tucumán
(22) ALEMÁN, Bernardo, "Estanislao López y la guerra con los indios de la frontera sur.(Publicación de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe, 1986)
(23) HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES DE LA PROVINCIA DE SANTA FE. T IV. Documentos correspondientes al T.I. (Mensaje del Poder Ejecutivo - Primera Parte). Comisión Redactora de la Historia de las Instituciones de la Provincia de Santa Fe; Mensaje del Gobernador Rosendo Fraga, pag. 102: Mensaje del Gobernador Pascual Rosas, pág. 125, Mayo de 1861.
(24) ITURRALDE, Pedro, "El Padre Fray Hermete Constanzi. Misionero franciscano" Buenos Aires, 1936...
(25) KAUFMANN, Ricardo, "El cautivo de los indios - Vida de un suizo colonizador de Esperanza, Helvecia, Romang, Florencia y Las Toscas" Junta Provincial de Estudios Históricos, Santa Fe, 1997, págs. 71/72.
(26) DE MARCO, Miguel Ángel, "La revolución santafesina del 17 de Marzo de 1877. "IIIer. Congreso de Historia Argentina y Regional (Celebrado en Santa Fe y Paraná del 10 al 12 de Julio de 1977) T.I. B.A.1977
(27) KAUFMANN, Ricardo, "El cautivo de los indios" op.cit. pág.86
(28) DE MARCO, Miguel A. op. cit.
(29) Ibídem
(30) LÓPEZ ROSAS, J. Rafael, "El combate de los Cachos", Artículo publicado en "El Litoral" de Santa Fe, 7 de febrero de 1987.
(31) KAUFMANN, Ricardo, op. cit. pág. 89.
(32) GALLO, Ezequiel y WILDE, María Josefa, "Un ciclo revolucionario en Santa Fe, 1876-1878", Revista Histórica, 7 Bs. As. 1980.
(33) ACTA DEL CABILDO del 21 de mayo de 1576. Testimonio del escribiente García Torrejón, fechado en Santa Fe, 24 de mayo de 1627, en el pleito seguido por el capitán Juan de Osuna sobre tierras y vacas en la otra banda del Paraná contra Hernandarias en 1627. Tomo 52, Exptes. Civiles, transcripto por Manuel Cervera en "Historia de la Ciudad y Provincia de Santa Fe, T. III, 2° Ed., pág. 268.
(34) KAUFMANN, Ricardo, "La muerte del conde - Historia de los condes de Tessiéres-Bois Bertrand - Fundadores de Cayastá - Santa Fe, Argentina. Imprenta de la Universidad Nacional del Litoral, 1982.

TEÓFILO MADREJÓN

Antonio Leonhardt (Teófilo Madrejón).

Teófilo Madrejón nació el 17 de enero de 1902 en Helvecia. Hasta los 13 años vivió en San Javier. En 1919 se inició en el periodismo como corrector del diario “Santa Fe” para luego pasar a El Litoral y a partir de allí se dedicó a esta actividad de forma incesante.

Fue periodista, poeta, escritor y utilizó su habilidosa pluma para narrar su lírico amor a las bellezas costeras, empuñar palabras duras y hasta fatalistas con el fin de hacer conocer el atraso y los sinsabores que padecían los pobladores costeros.

Falleció el 5 de Diciembre 1949.

La ley provincial 6631/77 dice en su artículo fundamental “impónese el nombre de Teófilo Madrejón a la RP 1 y en 1964 se designó con ese nombre la avenida de ingreso sur a San Javier”.

lunes, 4 de junio de 2012

MUDANZA DE SANTA FE LA VIEJA


Juan de Garay afirma en el acta de fundación de la ciudad de Santa Fe “asiéntola y puéblola con aditamento que todas las veces que pareciere o se hallare otro asiento más conveniente y provechoso para la perpetuidad, lo pueda hacer de acuerdo y parecer del Cabildo y Justicia que en esta ciudad hubiere...”, de este modo el fundador deja abierta la posibilidad de un traslado de la ciudad a un mejor sitio, ya que él debió fundarla precipitadamente por rencillas jurisdiccionales con el fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de Cabrera.
Las causas de la mudanza se vinculan con diversos factores pero, fundamentalmente, el motivo principal que atentaba contra la existencia de la ciudad “encrucijada” fue el motivo económico, planteado por ejemplo, en la sesión capitular del 3 de noviembre de 1651 cuando se afirmó que “en esta ciudad hay la menos plata y comercio que nunca tuvo después de su fundación”. Una ciudad pobre, sin recursos ni posibilidades inmediatas, carente de hasta de los más elementales medios, tenía, forzosamente, que buscar otros horizontes que impidieran la postración que podría acabarla. La única solución consistía en lograr una mejor ubicación geográfica, factor esencial para brindar el campo propicio al desarrollo del comercio. Santa Fe era el paso obligado de la línea económica Paraguay  Tucumán  Perú, dada la imposibilidad de concretar la unión de estos centros por el norte, con la desaparición sucesiva de las ciudades levantadas con ese objeto. No quedaba otra alternativa que continuar utilizando el camino del Paraná. De allí que cuanto más fácil resultase la vía, mayor volumen alcanzaría el comercio y, consecuentemente, las posibilidades de Santa Fe, hito ineludible en el camino.
Cuando los santafesinos hablan de los causas del traslado, generalmente se hace referencia a que “la ciudad se inundaba” pero esta afirmación requiere una aclaración. Juan de Garay asentó la ciudad en un albardón que impedía que el agua de las crecientes llegara a la traza. Lo que ocurría era que los frecuentes desbordamientos de los ríos que la rodeaban hacían que la ciudad dejara de ser un centro de intercambio y nudo de comunicaciones, los caminos de las inmediaciones se anegaban y las carretas con los bueyes debían transitar leguas y leguas con el barro y el agua hasta los ejes, provocando un esfuerzo demasiado pesado hasta para esos grandes animales. Además, hay que agregar a esto que ya desde esa temprana época la acción erosiva del río de los Quiloazas carcomía la barranca provocado el derrumbe de varios edificios, entre ellos la Parroquia de San Roque, a la que asistían negros e indios.
Por otro lado, la lógica hostilidad de los indígenas de los alrededores, provoca inquietud en los vecinos. En febrero de 1625 una gran invasión calchaquí asoló las estancias, robando ganado, destruyendo sembradíos y poniendo sitio a la ciudad, incomunicándola, de este modo, con Asunción y Buenos Aires. El sitio viejo de la ciudad resultaba difícil de defender ya que podía ser atacado desde tres puntos cardinales y estaba rodeado de montes enmarañados y esteros que servían de protección a los aborígenes.
El 21 de abril de 1649 el cabildo trató el petitorio del procurador de la ciudad Juan Gómez Recio sobre la mudanza de la población a otro lugar, insistiendo en su solicitud el 24 de septiembre de ese año, fecha en que se acordó buscar un emplazamiento cercano al río Salado. El 5 de octubre de 1650 el Cabildo dispuso que se fuera a elegir un sitio conveniente para la mudanza de la ciudad, el lugar escogido resultó el “rincón de la estancia de Juan Lencinas”, 15 leguas más al sur. Este pago era estratégico desde el punto de vista defensivo, ya que se encontraba en el vértice que forman el río Salado y el riacho Santa Fe, que protegerían los lados este, sur y oeste  de la futura ciudad: Santa Fe de la Vera Cruz. Sobre las causas que motivaron el aditamento  “de la Vera Cruz” no hay, hasta el momento, datos precisos que expliquen su origen; por ello los historiadores defienden distintas hipótesis.
En la mudanza se respetaron los derechos de propiedad de los vecinos, pues en el repartimiento de tierras se señaló a cada uno la misma cantidad y traza que tenía en la ciudad vieja. A partir de 1651 comenzó el traslado. Ya a fines de este mismo año se había señalado el ejido del futuro emplazamiento, gran parte de las tierras que lo constituían habían sido donadas por el capitán Antonio de Vera Muxica, que las regaló al Cabildo para que las repartiera entre los pobladores.
En 1660 ya estaba asentada la nueva ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, pero ese año no constituyó la finalización de la mudanza, sino que ese fue el momento en que sus autoridades - teniente de gobernador, cabildo, cura vicario, real hacienda y restantes funcionarios- se establecieron oficialmente  en el nuevo sitio.
A pesar del traslado, el establecimiento de las fronteras entre el espacio aborigen y el español no fue resuelto sino hasta fines del siglo XIX, y lamentablemente en pleno siglo XXI debemos seguir sufriendo los embates de los ríos Paraná y Salado.
Hoy la importancia de Santa Fe la Vieja es reconocida a nivel nacional e internacional como testimonio significativo de las ciudades hispanoamericanas en los primeros tiempos de la conquista y colonización.
El sitio ha sido declarado Monumento Histórico Nacional por decreto nro. 3129 del 25-03-1957. Las características del sitio lo han convertido en un referente ineludible de la arqueología histórica argentina y americana. Sus posibilidades didácticas despiertan interés entre visitantes de diversas edades, niveles de formación y procedencia ya que es un recurso valioso para comprender y dimensionar la vida urbana en los primeros tiempos del proceso de conquista y colonización de América.